Trascurrimos por una fantasía o mejor aún orgasmo tecnológico, en las redes podemos cumplir todos nuestros deseos, podemos transformas nuestro cuerpo y mente, en una especie de cirugía virtual. Nos atrevemos a expresarnos sin ninguna restricción a quienes no nos conocen, y hasta podemos crear otra persona distinta a la que somos:
Porque el nuevo medio, en lugar de abrirnos a un conocimiento más amplio del mundo, resulta que nos impulsa a residir en otros creados a la medida de nuestras necesidades y temores. Una parte cada vez más importante de nuestra identidad reside en el mundo virtual: creamos perfiles específicos en los lugares que visitamos con regularidad, construimos espacios donde depositamos y compartimos nuestras fotografías o explicamos hechos de nuestra vivencia individual y, en definitiva, vamos tejiendo una trama en la que también se van incorporando sentimientos y vínculos afectivos, tan reales como los que experimentamos en la realidad “normal”. (Antoni Brey. 2009. 29.)
El hombre es por naturaleza un ser social, desde que nace y hasta que muere vive y convive en sociedad (familia, amigos, parejas, trabajo, deporte, religión, política, ocio) pero en algunos momentos el ser humano reclama Soledad, estar consigo mismo, para descansar, reflexionar. El hombre se retiraba, a su habitación, patio, o al campo a buscar ese ser interior que perdemos todo en la socialización. En la actualidad eso parece imposible. Ya no es solo la radio y la televisión que llegan a todas partes, hoy se agregan el internet y los teléfonos celulares, que forman parte de nuestro día a día, de nuestro cuerpo. Aunque nos retiremos, cargamos encima el instrumento conector, que nos salvara de la soledad absoluta, aunque lejos, aunque solo, sé que lo tengo allí a mi disposición. Aunque muy retirado y solo sé que en un segundo puede contarme al mundo.
El hecho de poder estar en contacto permanente con otras personas vía correo electrónico, mensajería instantánea o telefonía móvil, nos está privando de la serenidad que nos aportan los reductos de soledad y nos convierte en seres puramente relacionales que cada vez pasan más tiempo ubicados en universos paralelos desconectados de la realidad. (Antoni Brey. 2009. P. 28).
La velocidad de los cambios, el hiperdesarrollo, las congestionadas metrópolis, el ritmo acelerado y de competencia de los estudios y el trabajo han venido imposibilitando en trato humano. Vivimos en una sociedad de multitudes solitarias. En los pueblos y en la vida rural, antes de aparición de los nuevos medios de comunicación, todos nos tratábamos y nos conocíamos, para compartir o para pelear, pero nos conocíamos. No había más nada que hacer. Después de cubrir las necesidades básicas de comer, vestir, descansar, procrearse, el hombre se comunicaba, intimaba con los otros, compartía sueños y preocupaciones, la comunicación sociabilizaba.
Hoy “nos conocemos, pero no somos amigos”, es una frase muy repetida. Con los familiares sucede lo mismo, llegamos cansados luego de la jornada de estudio y/o trabajo, llegamos a “descansar”, lo que en la mayoría de los casos significa colocarse frente a la televisión o la computadora. En el caso de la segunda ocurren las cosas más extrañas. Nos volvemos sociales. Empezamos a conversar con las personas que a diario nos conseguimos, frente a frente, y si acaso los saludamos con los buenos días, de repente surge la comunicación virtualizada. A veces padres e hijos o entre parejas, hermanos, amigos, que están en la misma casa o vecindario logramos tener una larga interconexión gracias a las redes. Continuará…