Caminito que un día – Uso del ágave en Venezuela (35)

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Don Lisandro Alvarado, por ejemplo, anotó en una de sus obras que “…los chinchorros del Alto Orinoco, adornados con plumas de vario color son afamados y suelen costar hasta mil pesetas” (una peseta equivalía a 2 bolívares), precio altísimo para la época.
En relación con el chinchorro de dispopo, artesanía altamente desarrollada del pueblo Ayamán, y de la cual poca información se encuentra, hemos localizado varias publicadas en El Diario de Carora de 1935, en las cuales se sintetizan las tareas necesarias de realizar hasta concluir con un chinchorro de dispopo totalmente elaborado. Así describe lo primero que debían hacer las tejedoras de chinchorro:

“…provistas de machete y arcial, cada una se adueña de una mata, despuntan las hojas o pencas, para acercarse al corazón de la mata, donde tiene las pencas encapulladas, abren las primeras y cogiendo la punta de la penca central, con la uña del dedo pulgar la quebrantan hasta quedar visiblemente el manojito de fibra, el cual tuercen lo suficiente para amarrar al trocito de madera en el cual van enrollando y dando tirones hasta que por fin se desprende la fibra propiamente del corazón de la planta, con una longitud de tres cuartas a una vara”. (El Perifoneador, en El Diario, Carora, 14.04.1935, p.1)

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¿De qué manera esta fibra se utiliza prácticamente en la elaboración de un chinchorro? El mismo periodista que se hace llamar El Perifoneador, lo dice en la siguiente narración reporteril:

“Casilda teje un hermoso chinchorro de 6 libras, listoneado con los colores de nuestra enseña. Nita (diminutivo de Ciprianita), teje uno de dos libras dispoperas; las dos hijas más pequeñas tienen sendos canastos de bejuco, a un lado y al otro, un cuero conteniendo el ‘dispopo’ que están estirando, pasado así del cuero al canasto. La comadre está arrellanada en una pequeña butaca, teniendo a su izquierda un canasto de dispopo ‘estirado’; a su derecha una totuma dentro de la cual descansa la punta del hilo, que mantiene perpendicular sostenido por la hebra que tuerce entre los dedos de la mano; ceñida a la pierna derecha, una ancha faja de cuero crudo, lustrosa por el frote de la mano y la macana de la recua; dicha faja se extiende desde el extremo posterior donde está sentada; apenas se oye una que otra palabra y el constante ruido de la recua en la totuma”.

Un comentario de El Perifoneador, contenido en estos reportajes de 1935 tienen competencia a los fines de destacar el papel sobresaliente que esta industria jugó en la economía popular de estas primeras décadas del siglo XX y cómo no sólo la comercialización de la bebida del cocuy de ágave debe considerarse importante y único en cuanto a la industrialización de esta generosa planta venezolana. Así dice: “La extracción de la fibra por sí solo constituye una labor madre de otras varias industrias, entre ellas la de los chinchorros, los que se fabrican en grandes cantidades, desde dos bolívares hasta cien y más bolívares uno; en esta industria la mujer torrense y siquisiqueña ha llegado a desplegar el ‘summun’ de ingenio hasta el extremo de laborar en el tejido de un chinchorro dibujos o figuras distintas y difíciles de ejecutar”.

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