Acompañado de los guardaespaldas papales con chalecos antibalas y miembros de la ONU con ametralladoras, el papa Francisco se presentó el domingo en la República Centroafricana y pidió a las facciones cristianas y musulmanas del país que bajen sus pistolas y en su lugar se armen de paz y perdón.
Francisco hizo su llamado desde un altar en la catedral de Bangui tras su llegada a la severamente dividida capital, durante la escala final de su gira por tres naciones de África.
Niñas vestidas en el amarillo y blanco de la bandera de la Santa Sede, y mujeres en vestimenta tradicional africana blasonadas con el rostro del pontífice, se unieron a las autoridades gubernamentales y eclesiásticas para recibir a Francisco en el aeropuerto de Bangui en medio de un fuerte dispositivo de seguridad.
La multitud cubrió la ruta de unos cinco kilómetros (tres millas) del papamóvil. Las multitudes volvieron a crecer en un campamento de desplazados, en donde los niños le entonaron canciones de bienvenida y sostuvieron pancartas con las palabras: «Paz», «Amor» y «Unidad».
«Mi deseo para ustedes y todos los centroafricanos es la paz», dijo Francisco ante los casi 4.000 residentes del campamento religioso de St. Sauver, con la ayuda de un traductor a Sango, y luego comenzó el cántico: «Todos somos hermanos. Todos somos hermanos».
«Y porque somos hermanos, queremos la paz», recalcó.
La visita del domingo marcó un raro momento de júbilo en la República Centroafricana, en donde los rebeldes musulmanes derrocaron al presidente cristiano a inicios de 2013, abriendo la puerta a un brutal reinado de respuesta horrenda y veloz contra los musulmanes civiles una vez que el líder rebelde dejó el poder al año siguiente.
Durante los primeros meses de 2014, las masas atacaron a los musulmanes en las calles, al grado de decapitarlos, desmembrarlos y prenderles fuego. Decenas de miles de ciudadanos musulmanes huyeron por sus vidas hacia las naciones vecinas de Chad y Camerún. Hoy en día, la capital en la que algunas vez residieron unos 122.000 musulmanes cuenta con tan solo 15.000, según Human Rights Watch.
En general, un millón de personas se han visto obligadas a dejar sus hogares en la nación de 4,8 millones de habitantes.
Aunque las jubilosas muchedumbres celebraron la visita del papa y su mensaje de reconciliación, miles de musulmanes permanecieron básicamente bloqueados en su vecindario del PK5, incapaces de salir debido a los combatientes de la milicia cristiana llamados Anti Balaka, que rodearon el perímetro.
Francisco planea entrar al extremadamente volátil vecindario la mañana del lunes para reunirse con los representantes imam y musulmanes en una mezquita, antes de partir de regreso a Roma.
En su misa de apertura celebrada la noche del domingo, Francisco le recordó a los fieles que su principal vocación es la de amar a su enemigo y ser valientes en el perdón y sobreponerse al odio, la violencia, la persecución y la injusticia.
«A todos aquellos que utilizan injustamente las armas en el mundo, les pido: Bajen sus armas de muerte; ármense con justicia, amor, piedad y las garantías auténticas de la paz», dijo ante los aplausos.
La precaria seguridad en Bangui, que está inundada de armas, elevó la posibilidad en las últimas semanas de que el papa pudiera cancelar su visita o al menos reducir su agenda. Pese a que los enfrentamientos sectarios han dejado por lo menos 100 muertos en los últimos dos meses, Bangui ha gozado de relativa calma en días más recientes.
Al recibir a Francisco en el palacio presidencial, la mandataria Catherine Samba-Panza le agradeció su «lección de valor» con el simple hecho de venir, y señaló que su presencia demostró el «triunfo de la fe sobre el temor».
En respaldo a la petición de Francisco de introspección personal, la presidenta ofreció una confesión pública.
«A nombre de toda la clase gobernante de este país y a nombre de todos los que de alguna manera han contribuido a este descenso al infierno, confieso todo el mal que ha sucedido aquí a lo largo de la historia y pido perdón desde lo más profundo de mi corazón», señaló.
En respuesta, Francisco le dijo que estaba ahí como «peregrino de la paz y un apóstol de esperanza» y que espera que las elecciones programadas para el mes entrante le permitan al azotado país «iniciar serenamente una nueva etapa de su historia».