Buena Nueva – Examen final

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Aunque comienza un Nuevo Año Litúrgico, seguimos en la misma tónica de los anteriores domingos. Parece como si las lecturas se estuvieran repitiendo. Y es que el Año Litúrgico comienza con la venida de Cristo y termina con la venida Cristo. Por eso es que las lecturas de este tiempo que nos prepara para la Navidad, llamado Adviento, nos llevan de la primera venida de Cristo (Natividad=Navidad) a su segunda venida en gloria (Parusía).

“Yo haré nacer del tronco de David un vástago santo, que ejercerá la justicia y el derecho en la tierra” (Jr. 33, 14-16) ¿Qué significará esto tan extraño? Es sólo una frase tomada del Profeta Jeremías, muy breve, pero repleta de contenido. La primera parte nos habla de la venida histórica de Cristo y la última nos habla de su segunda venida, cuando venga a ejercer “la justicia y el derecho en la tierra”.

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La salvación de la humanidad -de aquéllos que quieran dejarse salvar por Cristo, porque le dicen sí a Dios- culminará al fin de los tiempos cuando, como nos dice el Evangelio “verán venir al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad”. (Lc. 21, 25-28.34-36)

Los domingos pasados nos invitaban a pensaren la segunda venida de Cristo en gloria. Y en este tiempo de Adviento la invitación es para prepararnos a esa venida, para ese examen final.

En la Navidad -es cierto- celebramos la venida de Cristo en la historia, cuando comenzó su reinado. Celebramos el cumpleaños de Jesús -y eso nos pone alegres y festivos. Por esa razón la Navidad es época de alegría y contento. Pero esa primera venida de Cristo -como un niño, el Niño Jesús nacido en Belén- nos recuerda que su Reino comenzó hace 2015 años, que ese Reino se va instaurando en cada corazón que le da su sí a Dios, y que ese Reino se establecerá plenamente cuando El mismo vuelva en la Parusía.
De allí que nuestra vida -toda nuestra vida- debiera ser un continuo “adviento”, una continua preparación a la segunda venida de Cristo. Venida que –por cierto- pudiera sorprendernos en cualquier momento, igual que pudiera sorprendernos la muerte. De ninguna de las dos cosas -ni de nuestra muerte ni de la segunda venida de Cristo- sabemos el día ni la hora. ¿Y entonces …? No nos queda más que estar preparados todo el tiempo. Siempre listos.

¿Qué significa esa “preparación”? Podríamos resumirla en las palabras de San Francisco de Sales: “vivir cada día de nuestra vida como si fuera el último día de nuestra vida en la tierra”. Y … ¿vivimos así? ¿O más bien evadimos pensar en esa realidad, que –como dice el dicho- es lo único que tenemos seguro. El hecho es que, o nos morimos, o llega Cristo al final de los tiempos.
Y bien tonto el que esté pensando que luego se las arregla, que mientras tanto mejor es gozar y vivir como le provoque. Se cree muy vivo. Pero no se está dando cuenta que se está jugando ¡nada menos! que su destino para toda la eternidad. Y eso de eternidad se dice rapidito, pero ¡hay que ver lo que significa e-ter-ni-dad…!

El Señor es claro: “Velen y estén preparados, porque no saben cuándo llegará el momento… permanezcan alerta” (Mt. 13, 33-37). “Aquel día caerá de repente como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra.Velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del Hombre” (Lc. 21, 36).

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