En el conocido texto de Peter Senge, “La Quinta Disciplina”, al referirse a los procesos mentales necesarios para acometer los cambios y enfrentar el grado creciente de incertidumbre que enfrenta la sociedad, alude a la “metanoia”, sin la cual no es posible la innovación y una actitud proclive a la transformación de las instituciones.
La sustentabilidad en su construcción teórica, inicialmente incorporó dimensiones tradicionales como la ambiental, la económica y la social. Actualmente, si tuviésemos que verla desde una figura geométrica, ese triángulo es insuficiente porque puede incorporar otras dimensiones, en atención a la disciplina y sector, tales como: la académica, espiritual, urbanística, política, tecnológica, histórica, estética, entre otras. Se trataría de una visión poliédrica, donde cada una de ellas, como afirman M. Gutiérrez Barba y M. Martínez Rodríguez, especialistas en el tema educativo, “cobran importancia en función del contexto que se tiene, y el rumbo que se le quiere dar a la sustentabilidad. Aspectos como autorrealización hacen pensar que el desarrollo sostenible en su máxima expresión se refiere a la calidad de vida para cada uno de los seres humanos”.
Desde la Epistemología, en términos elementales, la Ciencia encargada de vigilar el tipo de conocimiento que se elabora, es válido considerar que toda época tiene su propia episteme, su manera de pensarse a sí misma. En las postrimerías de la Modernidad es posible que estemos en presencia de una nueva ruptura paradigmática. Ello significaría que el viejo paradigma que permitió ordenar la sociedad con arreglo a unas organizaciones de naturaleza burocrática fundamentado en una lógica de causalidad lineal, unidisciplinaria, reduccionista, producto de la manera como cada ciencia funcionaba y generaba, aplicaba y difundía el conocimiento, entró en declive. La mirada crítica apunta hacia la denominada
Universidad Moderna
Por si fuera poco, la idea de la transdiciplinariedad, consustancial con el enfoque del Desarrollo Humano y el referente emergente de la filosofía de la sustentabilidad que lo fundamenta, cuestiona la lógica de la efectividad (la eficiencia por la eficiencia) sobre la cual se construyó el conocimiento científico acumulado hasta hoy y que implicó la separación entre la Ciencia y las Humanidades. De allí que se abogue por reivindicar una lógica de la afectividad que recupere para el hombre la espiritualidad perdida con la subestimación de las artes, tal como lo propone B. Nicolescu, en lo que podríamos considerar una propuesta para una “Poética del DHS”, reivindicando la Estética como otra dimensión del mismo.
Cuando se está hablando de una ciudad sustentable o sostenible, como lo afirma Allende, ello equivale a “una ciudad amable, responsable, socialmente justa, ambientalmente atractiva, económicamente viable y culturalmente estimulante para las futuras generaciones”. Esa ciudad sería improbable sin organizaciones sustentables y una Gestión del DH similar. Otra teoría y otra práctica administrativa. Hay que comenzar por: ¡Pensar y actuar sustentablemente!