En un callejón de un barrio popular de Caracas, Deidy pasa el día resolviendo cómo vestir y dar de comer a sus hijos. Ni chavista ni opositora, no tiene tiempo -menos ánimo- para pensar por quién votará en la elección legislativa del 6 de diciembre.
Esta ama de casa de 40 años, es parte de una población con poco espacio en la Venezuela altamente polarizada en 16 años de la revolución socialista que Hugo Chávez fundó y heredó a Nicolás Maduro, tras su muerte en 2013.
Como ella, de 35% a 40% de venezolanos se define «independiente» pero no necesariamente apático, según la firma encuestadora Datanálisis. Al menos la mitad tiene intención de votar en estos comicios en los que la oposición amenaza por primera vez con arrebatar la mayoría al chavismo.
En su modesta casa, de cuya fachada cuelga una maraña de cables eléctricos entre la ropa tendida de los vecinos del segundo piso, Deidy Martínez confía a la AFP ser una antigua seguidora de Chávez desencantada con Maduro, pero sin simpatizar con la oposición. Se describe como uno de esos «ni-ni» del electorado venezolano.
«Una parte importante de independientes antes terminaba votando por Chávez. Él los convencía aunque no fueran chavistas. La diferencia en esta elección es que la mayoría están absolutamente decepcionados con este gobierno y que Maduro no es un líder carismático», comentó a la AFP Luis Vicente León, presidente de Datanálisis.
«¡Todo está por las nubes!»
La oposición pide a Deidy un «voto castigo» contra el gobierno por el elevado costo de vida y la aguda escasez de productos. Para Maduro, ella es de los «descontentos y confundidos» a quienes hay que hacer ver que la crisis es culpa de la «guerra económica» de empresarios de la «derecha oligarca».
Lo que Deidy desea es no pasar trabajo para vivir. No sueña con ir de compras a Miami o vivir en un edificio con piscina. Pero no quiere hacer más colas de «tres o cuatro horas» para comprar harina, aceite, café o los pañales de su niño de nueve meses, el menor de cuatro hijos.
En otro extremo de Caracas, en la populosa barriada de Petare, frente a un pequeño abasto, Virginia Castro, de 64 años, se queja de que «no se consigue nada y todo está por las nubes»: «Hay que madrugar para hacer cola y a veces, cuando llego, ya se acabó lo que iba a comprar».
Aunque algunos alimentos y medicinas tienen bajísimo precio, fijados a una tasa oficial de 6,3 bolívares por dólar, muchos no se encuentran y su compra está regulada. «Mi esposo gana el salario. La situación es crítica», explica Deidy. Serpenteando escaleras del barrio Catia, en el oeste capitalino, vive Guido Sanz, un técnico en finanzas de 64 años que da clases en su casa para ajustar una pensión de 13.000 bolívares. «Los profesionales también la están pasando muy mal», dice junto a una pizarra repleta de operaciones matemáticas.
¿Por quién votar?
León señala que quienes no se reconocen ni de un bando ni del otro se podrían decantar al evaluar la situación y «voltear a ver si existe una alternativa».
«No necesariamente todos la encuentran, porque tampoco se identifican con una oposición por ahora sin oferta clara, sólo con un discurso de ‘cambio’ y ‘castigo’. Pero en su evaluación de la crisis económica estaría el riesgo que desbalancea las fuerzas del gobierno», agregó. Virginia no sabe qué hará el 6 de diciembre. «¡Cónchale! No tengo ni ganas de votar porque mira cómo está esta broma, me decidiré por uno cuando esté votando. El gobierno de Maduro no sirve, pero tampoco creo en la oposición, ni siquiera los conozco», aseguró.
Guido afirma que anulará el voto. «Es una incertidumbre. No apoyo a la oposición para nada, pero no puedo avalar a un gobierno que le está tirando a matar al pueblo con un país donde comprarse un par de zapatos y conseguir los alimentos cuesta un puyero (muchísimo)», ilustró.
Y Deidy dice tener claro que si se abstiene o vota en blanco favorecería al oficialismo. «No quiero votar ni por el gobierno ni por la oposición, todavía no sé…, pero voy a votar». Sabe bien que los «ni-ni» podrían inclinar la balanza. Entonces, se lo tiene que pensar.