Dos sorpresas: leer en un rústico papelucho, con ínfulas de cartel, que unos personajes muy especiales de la novela de Cervantes: el Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha se reunirían en esta ciudad; y que esos personajes ya están aquí sin que se les haya dado la difusión que gente tan distinguidas se merecen.
Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania se ha reunido con el sabio Esquife, gran encantador y amigo de sus amigos, marido por naturaleza de encantamiento con la no menos célebre Urganda, la desconocida. No podía faltar para tan importante reunión la reina Pintiquiniestra, quien con displicente desenfado cambiaba palabras con el reconocido encantador Frestón, este personaje humorísticamente es el responsable de que los libros de caballería de la biblioteca de don Quijote, en la presencia del ama de casa y de la sobrina del ilustre manchego, se convirtieran en humo y ceniza. También se presentó a la reunión el gigante Briario, tan descomunal y extraño, con sus cien brazos y sus cincuenta cabezas, se le confunde como personaje mitológico.
Pero no debemos dejar de mencionar en tan importante encuentro al Emperador Alifanfarrón, señor de la grande ínsula Trapobana, y al rey de los garamantes de Libia, Pentapolin del arremangado brazo y a la
distinguida princesa, la doncella Micomicona, hija del gran Varón del
reino Micomicón.
Quienes todos muy complacientes debatieron el problema que los indujo a reunirse. A decir de la alegría que delataban sus rostros, la diversión, en ningún momento, había faltado. El asunto tratado era para ellos de suma importancia, no podría ser nada menos. Allí estaban sabios, encantadores, señores, reinas, princesas, reyes, gigantes, emperadores. Todo se ventiló en la más cordial camaradería. Todo ellos se movían en la realidad del siglo XVII.
No faltaron a la reunión otros personajes de menor relevancia como: los endriagos, duendes, y tantos otros seres reales que se movieron y actuaron dentro del gran espacio papélico de la vida en las páginas donde despiertos duermen su historia todos los personajes de la más valiosa obra del idioma castellano.
Al fin, en coro, sus voces soltaron pintas: “Nos hemos reunido para concedernos un desagravio. En el pasado reciente vino a esta ciudad un intelectual que habló acerca de la obra don Quijote; invitado supuestamente por la institución que agrupa a los caballeros que conocen de leyes. Y en su disertación dejó dicho para los asistentes que en la obra de Cervantes había monstruos. Eso no lo podemos admitir”. La reunión, pues, tuvo como motivo central el desagravio. Ahora volvemos al libro de donde salimos, pero desagraviados.