El venidero 30 de noviembre se cumplen ciento cuarenta y un años del nacimiento de Winston Churchill, el estadista británico que condujo a su nación y a los aliados a la victoria sobre el nazi-fascismo. Con motivo del Día de la Libertad Mundial que es el 9 de noviembre por conmemorarse la caída del infame Muro de Berlín, estudiantes universitarios me han invitado a hablarles de este singular personaje que fue político, estadista, historiador, escritor y, además, pintor. Al punto que en una ocasión diría, “Cuando vaya al cielo, pienso dedicar una considerable porción del primer millón de años a pintar”.
De todas las cualidades de Churchill, y de sus defectos que no son pocos, me interesa especialmente destacar su indoblegable tenacidad y su descomunal cultura. Menciono los defectos, porque no hay político ni ser humano perfecto. Las canonizaciones propagandísticas son siempre interesadas, sea para manipular al adulado o para manipular a la multitud.
En su larga trayectoria supo caer y levantarse. Perdió elecciones y regresó. En 1945, cuando debía cosechar la gran victoria en la II Guerra Mundial, para la cual su liderazgo fue decisivo, los votantes no lo reeligieron y entregó el poder sin chistar. ¿Cómo es posible tal injusticia? Es la pregunta del lugar común, pero resulta que la guerra es un potente revulsivo social y hubo dos en la primera mitad del siglo XX. Había cambios sociales profundos que Churchill no comprendía con la misma claridad que podía ver los asuntos de la política y las relaciones internacionales. Cinco años después ganaría.
De 1932 al 1939 estuvo en la más absoluta soledad política. La mayoría de sus colegas y, ciertamente, del pueblo, no solo disentía de sus puntos de vista. En algunos casos los repudiaba. Soportó Churchill el largo cruzar del desierto, hasta que los ojos de la historia se volvieron hacia él y le dieron su oportunidad.
En sus escritos y discursos, cerca de cuarenta títulos algunos de ellos compuestos por varios tomos, así como en numerosos artículos de prensa, se nota una cultura amplísima, fruto de lecturas, viajes y encuentros con gente interesante. Un gran líder tiene que formarse. Está obligado a conocer y a comprender, para poder hacer lo que la sociedad le exigirá. Para servir mejor a la causa de la libertad.
Churchill es “el parlamentario”. Nosotros elegiremos en unos días a quienes nos representarán. Miremos alto para llegar lejos.