Cuando Mauricio Macri asumió la presidencia de Boca Juniors les anunció a los futbolistas que ya no cobrarían dinero extra según su ubicación en el campeonato.
«No puedo pagar premio por salir segundo, acá se cobra por salir campeón», avisó a fines de 1995.
Heredero de uno poderoso magnate, Macri aspiraba a imponer los criterios de eficacia y eficiencia del mundo empresarial al club más popular del país, endeudado y con sequía de títulos.
Diego Maradona, capitán de aquel equipo, lo trató de niño rico caprichoso. Otros referentes como Claudio Caniggia también se opusieron. El inexperto dirigente saldó el pleito con una renovación de plantilla, primer paso de una profunda transformación del club que con la llegada de Carlos Bianchi como técnico en 1998 viviría el ciclo más exitoso de su historia con la conquista de cuatro Copas Libertadores, dos Intercontinentales y varios títulos de liga.
Macri, ingeniero civil, también tuvo que lidiar con la resistencia de los sindicatos de empleados estatales cuando recién elegido alcalde de Buenos Aires en 2007 quiso modernizar las estructuras de gobierno. Cuatro años después, el eficaz funcionamiento de las dependencias oficiales fue uno de los aspectos de su gestión que le valieron la reelección con más del 60% de los votos.
Lanzado a la carrera por la presidencia, Macri parece estar ganando una dura pulseada con el kirchnerismo, que lo presenta como una amenaza para las conquistas sociales logradas en los últimos 12 años. El candidato del frente Cambiemos aparece como favorito en las encuestas para derrotar al oficialista Daniel Scioli el domingo en la segunda vuelta electoral que consagrará al sucesor de Cristina Fernández.
Como le sucedió en Boca y luego en la política, Macri siempre tuvo que convivir con las suspicacias en torno al origen de la fortuna de su familia. Su padre Franco Macri tuvo durante más de una década el manejo de la filial argentina de la FIAT gracias a su estrecha relación con la poderosa familia Agnelli, involucrada en el escándalo de corrupción política de la década de 1990 conocido como «mani pulite» en Italia.
El Grupo Macri también fue contratista del Estado bajo gobiernos militares y civiles. Su apellido aparece asociado al proceso privatizador de empresas públicas y la frivolidad que marcaron el gobierno neoliberal de Carlos Menem en la década de 1990. De aquella época datan denuncias de irregularidades en licitaciones, contrabando y evasión fiscal contra el holding que fueron desestimadas por la justicia.
Macri, de 56 años, ha puesto tanto empeño en tomar distancia de su padre como del perfil neoliberal que le atribuyen sus detractores.
«Me ponía al frente de todo… Y a los dos días estaba rodeado de tipos que mandaba él a ver como fracasaba», relató Macri a la autora de su biografía «El Pibe», de Gabriela Cerrutti.
En agosto de 1991 fue secuestrado por una banda de policías y agentes de inteligencia que lo liberaron 15 días después a cambio de una suma de entre seis y ocho millones de dólares. Macri cuenta que esa fue una experiencia reveladora, que lo hizo pensar en ser presidente de Boca.
«El tipo que me vigilaba era fanático de Boca, compartíamos recuerdos de partidos, de jugadores. En ese momento comprendí que el fútbol y, sobre todo la pasión por un club, pueden superar cualquier barrera. No hay clases sociales, no hay partidos políticos, no hay religiones. Uno es de Boca, el otro también, aunque sean víctima y victimario», recordó.
«Boca fue una enorme escuela. Es un club con una lógica muy política. Fue un enorme aprendizaje que apliqué en el gobierno de la ciudad», dijo Macri en un reciente encuentro con la prensa extranjera.
Macri administró Buenos Aires con un sistema de gestión empresarial, con él como líder de equipo y un séquito de consejeros, en su mayoría gerentes de compañías pertenecientes al grupo Macri que luego asumieron en ministerios.
«En el PRO prima la idea de que el Estado está para favorecer la energía emprendedora del mundo empresarial», explicó Gabriel Vommaro, autor del libro «Mundo PRO, anatomía de un partido fabricado para ganar». PRO son las siglas de Propuesta Republicada, el partido conservador que fundó Macri a principios de los 2000 cuando desistió de integrar las filas del peronismo.
Su gestión ha sido cuestionada por la escasa construcción de viviendas sociales, la baja calidad de la salud pública y la promesa incumplida de una red de diez kilómetros de trenes subterráneos.
La justicia lo procesó por supuesto espionaje a opositores y miembros de su familia, pero él niega los cargos. Los tribunales todavía no se han expedido.
Macri le escapa a los motes ideológicos del pasado y sostiene que la política está para resolver los problemas de la gente. Sobre ese discurso ha logrado persuadir a muchos votantes de sectores populares, donde el kirchnerismo –corriente de centro izquierda dentro del peronismo– es más fuerte, de que el cambio de modelo de un gobierno populista a otro de centro no significará un recorte de los subsidios para las familias sin empleo y de otros beneficios sociales.
Ha prometido «pobreza cero» en Argentina, pero también que dejará sin efecto las restricciones a la compra de dólares un día después de asumir la presidencia. Y que negociará con los «fondos buitres» de inversionistas estadounidenses que han demandado al país por títulos impagos de su deuda. No explica cómo, sólo aventura que su triunfo generará un clima de confianza para los negocios y los dólares fluirán.
A Macri le destacan su pragmatismo, que sabe cambiar cuando las circunstancias lo exigen. Porque en el fútbol como en la política, lo que vale es ganar.