El poeta persa Muslihi-Ud-Din-Saadi (1184-1291) dice que “La paciencia es un árbol de raíces muy amargas, pero de frutos muy dulces”. Falta poco para corregir el infortunio que padece Venezuela. Lo cuestionable, por variadas razones ha sido el modo de sufrirlo. Pero por largo que haya sido la destrucción del país, podemos volver a levantarnos.
Ya no hay palabras para calificar al gobierno militar de Nicolás Maduro: forajido, narcotraficante, corrupto, inmoral, deshonesto, dictatorial, tiránico. Lo ocurrido esta semana pareciera la última gota que colma el vaso. Y siempre la culpa la tiene el imperio. No son ellos los que asesinan, trafican, roban, maltratan, mienten o gobiernan con desacierto, es la oposición, la guerra económica, los yanquis.
Otra vez agarrados con las manos en la masa. Las denuncias del tráfico de estupefacientes son de vieja data. La procedencia es Venezuela, pero los lugares de destino con pruebas han sido España, Estados Unidos, República Dominicana, la costa occidental africana, Francia, Honduras, Haití, México.
La imagen de Venezuela está rota. No solamente por los familiares de Cilia Flores y Maduro presos en Nueva York, sino porque la cara de la pareja está en la primera página de todos los diarios del mundo. Por la detención de los delincuentes con pasaporte diplomático y por la denuncia contra Maduro en la Corte Penal Internacional de La Haya, donde se le acusa con evidencias presentadas de una treintena de homicidios, más de 400 torturas, 3.700 detenciones ilegales, la perpetración de heridas a 800 personas y 200 juicios a manifestantes pacíficos y desarmados. Y todo esto sin contar lo que prepara el Fiscal General de Colombia por las deportaciones.
No había terminado el mandatario que gobierna Venezuela de calificar lo sucedido con sus sobrinos de un ataque de los Estados Unidos, cuando la policía dominicana en colaboración con la DEA encontraron en una casa en el suroeste de este país una casa y un yate con cocaína y heroína, propiedades de los Flores. Imaginamos que los rostros de Maduro y su primera comandante, como llaman a Cilia Flores, se les convirtieron en una mueca. Están contra el suelo, aunque hablen a nombre de Venezuela, ellos no son Venezuela. Son su escoria.
Si viviéramos en un país democrático, el Parlamento hubiera interrogado a los Ministros de Relaciones Exteriores y de Defensa, para que den explicaciones sobre este episodio. Si se tratara de un gobierno honesto, si Maduro tuviera dignidad y mandara con inteligencia, hubiera suspendido su intervención en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, hablando de respeto y diciendo que en Venezuela no hay pobreza y desempleo. Falta de dignidad. Pero como dice el dicho “No se pierde lo que nunca se ha tenido”.
No nos queda entonces sino esperar con paciencia, las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre. Recordar lo de Santa Teresa “La paciencia todo lo alcanza”. Saldremos de esto.