Llueve… pero escampa – Cambiemos este pasticho ideológico

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Escribir sobre política en este país es harto difícil, no porque no haya tema, sino por la vertiginosidad con que entramos y salimos de ellos. Pero más allá del qué, también está quiénes hablan y de quién.

De esos que impulsan temas hay unos en particular que viven vociferando la importancia del trabajo como único mecanismo para lograr el bienestar, pero se quejan porque los ciudadanos hacen huelgas porque es de vagos y no se dan cuenta que es un derecho especialmente capitalista, critican que las personas hagan cola para comprar en los mercados porque debieran estar protestando y vociferan que los jóvenes no luchan, pero sí lo hacen los tildan de poco preparados para atender los asuntos del Estado.

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Es que cada cosa se ve distinta según el cristal con que se mire y para demostrarlo usaré este sencillo y común ejemplo: cuando un hijo se gradúa de bachiller y si la universidad le queda lejos, se vive un clima de inseguridad total y no hay servicio público de transporte decente, salen los padres a regalarle un carro.

Este hecho es para el liberalista un acto socialista, es decir una dádiva que no es fruto del trabajo; para el socialista un acto capitalista que promueve el individualismo y no el colectivismo; para el joven es un justo y merecido reconocimiento al esfuerzo de su trabajo (estudiar) ya que sus padres le repitieron hasta la saciedad que eso era lo que él hacía. Y ahí reside la diferencia entre regalar y merecer.

Menos sectarismo, más democracia
Igual sucede con ese venezolano al que le entregan un apartamento de la Misión Vivienda, cada quien tiene una óptica diferente: para el beneficiario es lo que le corresponde como parte de la repartición de la renta petrolera, mientras que para unos es un regalo inmerecido porque no es producto del trabajo y para otros es un acto piadoso que reconoce la necesidad de la intervención del Estado para disminuir las desigualdades.

Y es que esta cristalografía la aplicamos también en la política. Por ejemplo la democracia cristiana, surgida del Rerum Novarum del papa León XIII, en el mundo es por lo general de centroderecha, pero en Venezuela la llamamos socialcristianismo, algo así como una mezcla de chicha con mango. Es que decirse socialista en Venezuela parece ser chic, no hay partidos nuevos que surjan, que no salga corriendo a la Internacional Socialista a pedir su aprobación.
Por esa vía hay liberales que son conservadores, hay conservadores que quieren la descentralización, gente que se llama comunistas y socialistas y al acercársele la Parca salen a clamar por un milagro de Dios y están los que viven entre golpes de pecho pero ven por encima del hombro a los pobres porque son algo ruin, vergonzoso y despreciable.

Hoy más que nunca se hace necesario desplazar el sectarismo, el fanatismo y la intransigencia que nos destruyó, desde que esta horda encabezada por un golpista, que nunca creyó en la constitucionalidad, llegó al poder, y para ello es vital la conformación de una mayoría que retome los valores de la democracia, las libertades y la decencia.
La tarea es dura porque nuestro futuro depende de que se recupere el funcionamiento del país y sus instituciones y es que la Venezuela postchavista tiene que ser distinta y el primer paso debe ser firme, fuerte y, a partir de ahí, constante para cambiar este pasticho ideológico y en eso, lo que viene, es más que una elección y son más que simples curules a ocupar.

Llueve… pero escampa

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