Chile parece una delgada línea longitudinal en el vasto territorio sudamericano. Acaricia las cordilleras andinas que elevan su pensamiento en el corolario del saber; la cruzan desafiantes travesías que se sumergen en desiertos implacables.
Un faro de luz inextinguible llenó su alma con la sabiduría de un venezolano excepcional: don Andrés Bello. Redactor de su Código Civil, Senador por Santiago durante décadas. Fundador de la Universidad de Chile, siendo su primer rector; además creador de la gramática castellana. Redactada desde los pueblos emancipados por los héroes de a caballo. Su esfuerzo lingüístico hizo posible que este eminente filólogo, lograse salvar el idioma español, rodeándolo de elementos fundamentales para sostener a la lengua madre.
Con la imprenta del ingenio patrimonial americano sobre sus espaldas; España conoció un castellano que creció en lejanas riberas tan distintas a su cuna. El dialecto románico nacido en Castilla la Vieja, del que tuvo su origen el idioma obtiene con Bello un renacer. Los pueblos morenos se descubrieron también en el vocablo que los unía. Rasgó su privilegiada pluma, el insigne maestro caraqueño, para dibujarnos por dentro. Pintoresco viaje de rudas vivencias frente al legado del historicismo. Bello, es el apóstol de las letras americanas, el ungido que escribió en páginas sagradas su epopeya. Ahora Chile corre el riesgo de ver enlodada su primigenia cordillera. El régimen pretende convertir en cónsul de Venezuela en la nación austral a la juez Susana Barreiros. Es afrentar el recuerdo de Bello. Una deshonesta e impresentable juez de las sórdidas noches, quien abofeteó el estado de derecho, que cambió denunciar a sus violadores por tener dinero, es la opción del gobierno para representarnos allá. Es descender desde el atrio inmortal del personaje lumínico, hasta la pútrida sabana de la cloaca en donde se amanceban las bajas pasiones. Sería llenar el corazón del hermano latinoamericano, con el veneno de la mentira que representa la señora carente de principios. Semejante espécimen que libera narcotraficantes y condena a inocentes como a Leopoldo López, no es digna de merecer semejante distinción.
En su carta de presentación ante el gobierno chileno debe temblar hasta el último friso del palacio presidencial de La Moneda. Sus actuaciones no son dignas para representar a un país que tiene con Chile lazos históricos indisolubles. Cuando la dictadura de Augusto Pinochet, apretó la garganta de la democracia en el país austral muchísimos de sus hijos vinieron a nuestra nación; aquí consiguieron el respaldo de los venezolanos. Eran perseguidos por un régimen feroz que transformó a Chile en una horror con desaparecidos y la permanente conculcación de cualquier asomo de libertad individual y colectiva. Ese encuentro de dos pueblos en la fría calamidad del desamparo, o en la enervante felicidad de sus dichosos momentos. Jamás permitiría que una persona de dudosa reputación como la juez Susana Barrientos, se instalara en su digno suelo. Un tsunami retumbaría los huesos de don Andrés Bello en el Cementerio General de Santiago. Demasiada indignidad para abofetear su recuerdo imperecedero.
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