XI. El cocuy tejido, o, el chinchorro de dispopo
Un instrumento cortante usado por los ayamanes fue el que llamaron pisiú ó, pissiú que, en principio debió ser de madera dura y luego de piedra o de hueso, los materiales disponibles para su fabricación.
Luego hubo la necesidad de instrumentos de más efectividad para ser usados a distancia en combates o cacerías; eso condujo al surgimiento de la lanza cuya evolución y perfeccionamiento produjo la flecha, llamada en Ayamán ispepé que es el cuchillo, o, pisiú, adaptado a una vara delgada para ser disparada con el arco que llamaron hispasiú o, a lo mejor, ispasiú.
Y fue que para la construcción del arco necesitaron una cuerda resistente con la cual disparar la flecha y el material para hacerlo lo obtuvieron, en un determinado momento de su evolución armamentista, de la fibra del ágave cocuy que llamaron ispopo que, por supuesto, no fue el único uso que le dieron a dicha fibra, aunque fue uno de los más importantes en el proceso de la sobrevivencia colectiva porque fue con el arco y la flecha que obtuvieron lo más necesario para la alimentación e igualmente para defenderse de sus eventuales enemigos humanos o fieras depredadoras.
Por cierto, puede pensarse que esta utilización de la fibra dispopo fue muy posterior al uso del ágave cocuy asado como alimento.
Con esta fibra del ágave cocuy tejieron los ayamanes sus chinchorros que otras etnias venezolanas hicieron con las fibras que la naturaleza les ofrecía en el hábitat de cada nación: moriche, curagua, algodón, cumare, cabuya y otros.
La documentación colonial existente abunda sobre este particular objeto americano porque, definitivamente, para el invasor europeo debió ser bastante llamativo un artículo, para ellos desconocido, de tan singulares utilidades como podían obtenerse de él.
Américo Vespucio, por ejemplo, escribió en 1504:
“Duermen [los indios] en ciertas redes muy grandes, hechas de algodón y suspendidas en el aire, y aunque esta manera de dormir parezca incómoda, digo que es agradable dormir en ella y mejor dormíamos en ellas que en nuestras mantas” (Vespucio, 1962, I, p.39)
Para simular que los españoles invasores eran tan mortales como los caquetíos, Nicolás de Federman, hizo trasladar a varios de sus soldados enfermos desde el valle del río Barquisimeto hacia los llanos, cargados en hamacas por indios de su tropa. Así lo dice:
“Hice llevar a algunos de los enfermos en hamacas (así se llaman las camas indianas que describiré después [que, por cierto, no lo hizo]), para lo cual utilicé algunos indios de nuestra tropa, haciendo explicar a los indígenas que los hacían llevar por ser grandes señores…” (Federman, 1962, II, p.93)
Otro expedicionario, el florentino llamado Galeotto Cey, en 1545 observó que estas hamacas se hacían de materiales diversos y escribió:
“…raspan dichas hojas sacándoles la carnosidad verde y acuosa, de mal olor, hasta que quedan limpias las hebras, en un haz como cáñamo, las cuales los indios hilan y hacen de ellas sogas y esas redes en las cuales duermen llamadas hamacas…” (Cey, 19.., p.42)
Aquí Cey se refiere a la fibra de la cocuiza que se obtiene, tal como lo dice, de manera distinta a como se logra la del ágave cocuy llamada dispopo.
En otra parte, Cey habla de hamacas de algodón:
“Duermen estos indios en ciertas telas o redes, colgadas al aire, hechas de algodón, de 14 palmas de ancho y largas como un hombre, o poco menos, y son de una gran comodidad para no dormir en tierra al amor de la humedad y de toda clase de animales. Es cosa muy pulcra y fresca para aquellos países, muy acomodada, colgándose al aire con dos cuerdas a los árboles, o en la casa o los maderos, alta de la tierra cuanto la persona quiere” (Id., p. 107)