En la medida en que el actual proyecto político gobernante en Venezuela, ha desplegado sus verdaderas intenciones de perpetuarse en el poder “como sea”, y de bloquear por todos los medios posible las expresiones de disidencia política, de protesta y resistencia a una vocación autoritaria y militarista cada vez más clara que busca controlar todos los espacios de la vida social, además de suprimir las manifestaciones de libertad individual, la mentira se ha erigido como la principal herramienta comunicacional para intentar lograr dicho objetivo.
No faltará quien diga, en perfecto lance de cinismo y patético conformismo, que la mentira es quizá consustancial al verbo de cualquier político, y de seguro encontrará a quienes suscriban en su totalidad dicha idea, independientemente del signo ideológico o partidista. El problema se presenta, para quien actúa en la esfera de lo público y aspira a ocupar posiciones de representación, en el hecho que mentir, falsear la realidad de las cosas, manipular la información, prometer aquello que no se puede cumplir, tiene sus límites. La demagogia y el populismo, se confunden con las dosis de esperanza y optimismo como ingredientes de cualquier propuesta política, pero su sostenibilidad en el tiempo, y sobre todo para quien ha ocupado largo tiempo en el poder, están acotadas y restringidas.
Al analizar el discurso de quienes hoy gobiernan el país, desde el Poder Ejecutivo, Legislativo, Judicial o Moral, encontramos un ejercicio retórico que parece haber cruzado ya la línea de la sensatez o la cordura, para asumir una negación sistemática con visos de delirio, de todos los problemas, de las debilidades, de la corrupción, del fracaso de sus propias políticas, y del estado actual de la nación no sólo en el plano económico, o social, sino en el moral y ciudadano.
¿Es normal que el Banco Central de Venezuela se niegue durante meses a publicar las cifras de inflación, escasez, por mencionar dos variables importantes, por orden oficial y para evitar dar cuenta del desastre de una gestión económica de controles y ataque al sector privado comprobadamente fracasada en la historia mundial? ¿Es normal que no se informe del avance de enfermedades, de epidemias, o del estado de deterioro de hospitales y centros de salud, de la ausencia de insumos y medicamentos? ¿Es normal que el silencio sea la respuesta oficial ante quienes exigen rendición de cuentas y transparencia? ¿Terminará la violencia hamponil, delincuencial, mafiosa que gangrena nuestro cuerpo social, con no dar cifras de muertes por homicidio, secuestro, robos u otros delitos?
Los venezolanos se aprestan, en pocos días, a ejercer su derecho al voto para elegir a una nueva Asamblea Nacional. A pesar de las amenazas, y alaridos desesperados de última hora, todo parece indicar que el malestar y descontento por el deterioro de la vida cotidiana del venezolano, va a expresarse en la configuración de un cambio. Ojalá veamos votos de verdad: que nadie se preste para escamotear la voluntad popular, y que esos votos sean también un contundente llamado a que la verdad vuelva a ser el norte de la acción y ejercicio de la función pública.