La admiración y el respeto que por absoluto mérito propio se ganó a pulso el Doctor Jacinto Convit, fue sin duda alguna un furor mundial, pues más allá de las fronteras criollas, su nobleza, inteligencia y carisma dejó una huella imborrable en la medicina inmunológica, logando superar expectativas, retos y obstáculos para convertirse así en un ejemplo a seguir, en un ser extraordinario cuya vida y legado bien merecen ser inmortalizados
El personaje que exploraremos a continuación fue, sin temor a equivocarnos, un hombre digno de admirar, un ser humano como pocos que trabajó como muchos; un doctor de inteligencia suprema y bondad infinita que dio, hasta el último día de su vida, lo mejor de sí en pro de los demás; un profesional de metas claras y esfuerzo incesante que pasó noches enteras sin poder dormir pensando, únicamente, en la manera de proteger a la humanidad de uno de los peores males que la aqueja; un ser de luz que hoy, desde el cielo, seguramente sigue haciendo hasta lo imposible por mantenernos a salvo.
Y es que definitivamente Venezuela es tierra de gracia, sagrada y bendita, pues de sus vientres, cunas de inigualable talento criollo, nacen los más excepcionales hombres, héroes de indiscutible capacidad que, aún en contra de las épocas, las crisis y los gobiernos, han sabido nadar contra la corriente hasta llegar a las orillas del éxito para gritarle al resto del mundo, desde la cúspide y con voz fuerte, que la V con la que comienza el nombre de nuestro país se hace notar también en la valentía, el valor y la vehemencia de su gente.
Una trayectoria impecable
El inolvidable inmunólogo Jacinto Convit nació en Caracas el 11 de septiembre de 1913 y, después de 100 años de increíble vida, incansable lucha e inigualables descubrimientos, murió en su ciudad natal llevándose consigo el inmenso honor de haber sido postulado al Premio Nobel de Medicina, merecida nominación con la que le regaló a esta tierra que lo vio nacer una felicidad como pocas, devolviéndonos la fe en nuestra gente y ese sentimiento de orgullo nacional que en ocasiones se sentía distante.
Desde joven, la inteligencia y madurez de Convit se hicieron notar, pues mientras cursaba el bachillerato en el Colegio Andrés Bello, se destacó como alumno de excelentes calificaciones, convirtiéndose además en uno de los estudiantes más sobresalientes del gran novelista y político venezolano Rómulo Gallegos, quien le dictó las cátedras de Filosofía y Matemáticas. Posteriormente, ingresó a la Escuela de Medicina de la Universidad Central de Venezuela en 1932, egresando 6 años después como Doctor en Ciencias Médicas, obteniendo calificaciones que le hicieron merecer menciones honoríficas en materias como Fisiología y Anatomía Humana, Clínica Médica y Clínica Quirúrgica, para luego comenzar a destacarse como científico.
Poco después, se le asignaron los cargos de instructor y Director del laboratorio de dermatología del profesor Leopoldo Briceño Iragorry, hasta que en 1950 alcanzó el puesto de Jefe de Clínica Dermatológica del Hospital Vargas de Caracas. Posteriormente, en 1971, el entusiasta Jacinto fue nombrado Director del Centro Cooperativo para el estudio Histológico y Clasificación de la Lepra por la Organización Mundial de la Salud.
En 1968 fue electo Presidente de la Asociación Internacional de la Lepra (ILA), fue reelecto 5 años más tarde y designado, casi simultáneamente, Presidente de la International Journal of Leprosy Corporation, para luego, en 1976, resultar el indicado para desempeñar el cargo de Director del Centro Panamericano de Investigación y Adiestramiento en Lepra y Enfermedades Tropicales.
Convit Vs Lepra
Sus estudios y descubrimientos en la batalla que durante gran parte de su vida libró contra la lepra, comenzaron en 1937, cuando el doctor Martín Vegas lo invitó a la casona del Lazareto de Cabo Blanco, en el estado Vargas, donde se hospedaban cientos de pacientes afectados por esta enfermedad, situación que contribuyó a definir su inigualable carácter humano.
Después de infinidad de investigaciones, Convit y Vegas lograron comprobar que el compuesto de Sulfato y Clofazimina combatía con gran efectividad este terrible mal, lo que motivó aún más a Jacinto a trabajar sin descanso hasta encontrar una posible cura definitiva, por lo que un buen día decidió inocular el bacilo de la lepra en armadillos, logrando, después de un montón de procesos y pruebas, obtener finalmente la inmunización, tomando luego la iniciativa de fundar un centro de investigaciones científicas llamado, inicialmente, Instituto de Dermatología, para luego cambiar su nombre a Instituto de Biomedicina de Caracas, donde después de mucho esfuerzo surgió la vacuna contra la lepra, con la cual contribuyó además a crear la vacuna contra la leishmaniasis.
Posteriormente, hizo importantes desarrollos en Oncocercosis y Micosis Profundas, para luego, a sus 98 años, llevar la batuta de un equipo que trabajó en el desarrollo de una autovacuna contra el cáncer de seno, estómago y colon, siendo este su último proyecto.
“Cada vez que nos lancen una piedra, debemos devolver una rosa, porque el amor es el único antídoto del odio… El premio Nobel no me quita el sueño, la cura contra el cáncer sí”
“En el 87 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica. En el 88 fue nominado al Premio Nobel de Medicina y en el 2014 le fue concedida la Orden Libertadores de Venezuela en su primera clase”
“Aprendí a cuidar a los pacientes desempeñando labores de médico, juez, odontólogo y consejero, que sirvieron ampliamente para enriquecer mi conocimiento sobre la enfermedad y profundizar sobre el aspecto humano de los enfermos”
