Sin tregua – Manipulación comunista

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Las mises y los camaradas coinciden plenamente en que los pobres son el tesoro más preciado para ambas cofradías. “Quieren” a los pobres como una corona, como a su libro rojo de Mao o su versión en español del Manifiesto Comunista. No hay, pues, entrevista que deje de lado la enorme preocupación de la bella señorita por los niños pobres. Igual ocurre con cualquier cháchara que salga de la sesera de un camarada. Siempre tendrá presente “a los condenados de la tierra” como el fin último de su descomunal sensibilidad, solidaridad y ternura infinita. Tan propia de esos seres superiores, capaces de sentir lo que ni por asomo experimentará jamás un neoliberal, un socialdemócrata, un socialcristiano o cualquier desalmado de mentalidad y corazón capitalista, burgués o pequeñoburgués que defienda la ley de la oferta y la demanda…

Los comunistas tienen ese monopolio sentimental porque son portadores de un gen que los hace superiores. Herencia de Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot, Kim Il Sung, Fidel, Kadafi y otros excelsos comunistas. Quienes solo han asesinado en nombre de su ideología, pero están hermanados en su condición de salvadores de la humanidad, de la patria, de la soberanía, de la resistencia indígena y de todas aquellas monsergas que jamás faltan en el relato redentorista.

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Exagerados en su verborragia, nunca llegan a articular sus palabras con sus acciones. Se abusa de las primeras para mentir sin pudor, porque lo único que pueden exhibir es el fracaso absoluto de sus delirios. Aunque hay un éxito único, tan ostensible que no podemos desconocer, como es el incremento monumental del número de pobres en aquellos países donde un comunista haya tomado el poder: Por las armas o por los votos.

La revolución soviética, la China, la cubana o la coreana son una vitrina de cómo el comunismo es una fábrica de pobres silenciosos pero ilusionados. Manipulados y usados para justificar todos los crímenes que se cometan en nombre de los descamisados, desafortunados, menesterosos, proletarios y “condenados de la tierra” como los llamó Franz Fannon.

El comunismo – como factoría de una pobreza que raya en la indigencia – sigue siendo un atentado contra el progreso en los albores del siglo XXI. Allí están Corea del Norte, Cuba y Venezuela como evidencias irrefutables. Naciones donde la miseria es la cotidianidad de las mayorías, a las que la cúpula roja les exige – además – incondicionalidad, silencio cómplice y la simulación permanente de una gran alegría por ser parte de la “revolución”.
Ni siquiera los sin sabores y privaciones del hambre pueden ser comentadas – mucho menos denunciadas – so pena de ser calificados como traidores a la patria, lo que puede traducirse en exclusión, prisión y hasta muerte.

Y es que estos “revolucionarios” adoran la pobreza de y en los otros, por eso la multiplican hasta convertirla en mayoritaria. Es el gran triunfo de la elite roja dominante. Es que se sacrifican zambulléndose en la pocilga de los dólares imperiales, que los gastan a manos llenas para que ningún billete verde pervierta la casta inocencia de los pobres. Su propósito es evitarles una maligna contaminación capitalista y garantizar la pureza del patriota comunista.

Pero la pureza comunista es similar a la pureza racial que buscó Hitler en la Alemania nacionalsocialista. El fuhrer fue obsesivo en la consolidación de lo que él llamó la raza aria, vale decir, seres dotados de una superioridad, destinados a dominar el resto del género humano, para lo cual era necesario destruir a las criaturas inferiores que habitaban el planeta.

El nazista desató la Segunda Guerra Mundial y los comunistas de por estos lados han decretado guerras de todo tipo: Psicológicas, mediáticas y económicas, que han sumergido en la pobreza a la mayoría de quienes habitan por estos lares. Es que los camaradas necesitan a los pobres para justificar su existencia, por eso los multiplican y manipulan sin piedad…

 

 

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