A Hermann Alfredo Nass Alvizu, in memorian
En carta al General Francisco Carabaño, del 8 de octubre de 1828, el Libertador le escribe: ”Los hombres de luces y honrados son los que debieran fijar la opinión pública. El talento sin probidad es un azote. Los intrigantes corrompen los pueblos, desprestigiando la autoridad. Ellos buscan la anarquía, la confusión, el caos y se gozan en hacer perder a los pueblos la inocencia de sus costumbres honestas y pacíficas”.
La frase más recordada de esta carta es: “El talento sin probidad es una azote” en su contexto negativo; se olvida, frecuentemente, el positivo: que los pueblos son de costumbres honestas y pacíficas, que los hombres de luces y honrados son los que debieran fijar la opinión pública, y que, además, implica su contraria: “El talento con probidad es una bendición”.
En momentos de desgracia nacional, porque mandan hombres y mujeres sin talento ni probidad, que han hecho tanto daño a nuestro país, en todas sus manifestaciones sociales, económicas, culturales y políticas, es cuando más necesitamos elogiar a los venezolanos con luces y honrados; en lugar de rendir culto al poder, a la importancia social, a la riqueza, a la violencia, a la tiranía, y a doctrinas fracasadas y anacrónicas que sólo han traído miseria y esclavitud donde se han impuesto por la fuerza o el engaño. La crisis de la Venezuela de hoy es una crisis de valores; por eso necesitamos tanto de hombres que sean paradigmas del talento con probidad; hombres de principios cristianos, con respeto por la justicia divina, con amor en primer lugar a su familia, por extensión a sus amigos, prójimos y a su patria.
Hoy, tomamos este espacio para rendirle culto a uno de sus hombres, a un modelo excepcional de hombre de luces y honesto: al ingeniero Hermann Alfredo Nass Alvizu.
Hermann dedicó su vida a a tres pasiones: su familia, sus amigos y su a su profesión como científico e investigador. Su amor primario fue a la familia, tanto cercana como lejana: a su dilecta esposa Violeta, sin límites, igual que a sus hijos Ingrid, Hermann Augusto, Carlos Octavio y Nelly, a su hermana Alesia, a sus ancestros, a sus padres, tíos, cuñados, sobrinos, primos y parientes. Todos recibimos de Hermann el calor del afecto sincero que tanta falta hace en las relaciones humanas. Por prolongación a su familia, profesó un culto sagrado a la amistad. Hermann tuvo y tiene amigos entrañables, siempre fue bien correspondido y admirado.
Su amor a la la patria lo expresó con el trabajo honesto, pionero y tesonero de la investigación científica, dejando en congresos y foros internacionales, a los que era invitado con frecuencia, el nombre de Venezuela bien representado. Fue estudiante brillante en sus estudios de la ingeniería agronómica fitotécnista en el prestigioso Instituto Tecnológico de Monterrey y con su Maestría en la muy afamada Penn State University. Sus investigaciones las realizó en el hoy Instituto Nacional de Investigaciones Agronómicas, durante 30 años hasta la jubilación, desde entonces fue asesor investigador en instituciones nacionales.
De su inteligencia y creatividad dan testimonios sus amigos de la infancia, que de niño lo comparaban con un personaje de Walt Disney, especie de genio e inventor universal, y las ocurrencias y anécdotas de Hermann llenarían un libro, según recuerdan sus más cercanos compañeros.
Yo, personalmente, lo recuerdo fraternalmente como un hombre feliz. Hermann cumplía con el prototipo del hombre feliz, definido en etapas ascendentes por el psicólogo Emilio Mira y López: “Estudió, para saber. Supo, para hacer. Hizo, para valer. Valió, para servir. Sirvió, para merecer…vivir feliz”.
Y esto es lo mejor que podemos desear para recordar a un ser humano.
