Estamos en el mes de los muertos, como se dice por ahí. Los fieles difuntos, a quienes recordamos el mes de noviembre, son aquéllos que se nos fueron, pasaron a la otra vida, pero aún no han llegado a la presencia de Dios en el Cielo.
Sus cuerpos están enterrados o incinerados o desaparecidos, pero sus almas se encuentran en estado de “purificación” en el Purgatorio. Eso es lo que enseña la Iglesia.
Por esta razón, es costumbre en la Iglesia Católica orar por nuestros difuntos y ofrecer Misas por ellos, como forma de aliviarles el sufrimiento de su necesaria purificación antes de que pasen al Cielo. (Ver CIC #1031-32 y 2 Mac. 12,46)
Los que aún estamos aquí pasaremos también por el trance de la muerte. Y, pensándolo bien,la muerte es el momento más importante de la vida de nosotros los seres humanos. Nacimos para morir. No hay escapatoria.
Y ¿en qué consiste la muerte? En que el alma se separa del cuerpo y pasa a “la otra vida”, a la vida eterna y definitiva. Por eso dice el Prefacio de Difuntos: “La vida no termina, se transforma y al deshacerse nuestra morada terrenal adquirimos una mansión eterna”.
También hay que pensar que la muerte no es un momento desagradable, sino un paso a una vida distinta. Por tanto, no hay que temer la muerte. Y esta afirmación se basa, no sólo en la enseñanza de la Iglesia, sino en los múltiples testimonios de aquéllos que dicen haber pasado por el dintel de la muerte y haber regresado a esta vida. Las personas, cuyas almas han tenido esa experiencia ya tienen hasta un nombre en los anales científicos: NDE (sigla en inglés de “experiencias cercanas a la muerte”).
Hay testimonios ya bien numerosos y rigurosamente estudiados y analizados que nos hablan de cómo es la muerte y qué hay en el más allá. Los testimonios de estos NDE apoyan la creencia en la vida eterna.
Sabemos que fuimos creados para la eternidad, que nuestra vida sobre la tierra es pasajera y que Dios nos creó para vivir en El para toda la eternidad. Pero el que no llega al Cielo, lamentablemente llega al Infierno. Y el Infierno también para toda la eternidad. El que no quiera creer esta verdad, pues la conocerá cuando pase de esta vida a la otra.
De las opciones que tenemos para después de la muerte, hay una que no es eterna: el Purgatorio. Las almas que llegan al Purgatorio están ya salvadas, permanecen allí el tiempo necesario para ser purificadas totalmente antes de pasar al Cielo. Por eso es que rezamos por ellas en este mes de los difuntos.
Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “Los que mueren en la gracia y amistad con Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de la muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del Cielo”. (CIC#1030)
La purificación es necesaria para prepararnos a la “Visión Beatífica”, para poder ver a Dios “cara a cara”. Sin embargo, el paso por la purificación del Purgatorio ha sido obviado por algunos. ¿Por quiénes? Están los santosanónimos, almas que han llegado directo al Cielo y que recordamos en la Fiesta de Todos los Santos. Y también están los santos canonizados. Tratando de imitarlos, también nosotros podemos llegar.
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