Quizás lo más revelador del reciente revolcón electoral argentino fue la muda rapidez con que se vaciaron los estrados y tribunas del afamado Luna Park, centro de devoción peronista donde Daniel Scioli anticipaba celebrar su tan esperada victoria en primera vuelta.
Al fin de cualquier contienda electoral democrática es usual que los candidatos – ganadores y perdedores por igual – salgan a dirigirse a su más fiel feligresía – tanto en celebraciones como en duelos.
Eso no ocurrió el domingo en la noche: Cual globo que se desinfla, el séquito se esfumó silencioso, abandonando desafiantes carteles y telas con feroces consignas. Scioli no habló, nadie habló…sencillamente porque ya no quedaba audiencia.
El raudo vaciamiento de Luna Park simboliza la calidad humana y moral de gran parte de los adherentes al populismo irresponsable.
Todo régimen que erige sus bases de apoyo con dádivas y prebendas, altos grados de corrupción, nepotismo y contubernio, descansa sobre pilares de fidelidad sumamente endebles.
Son sistemas que llevan en su esencia las semillas de su propia disolución -porque nadie se «vende»: Lo que se hace es alquilarse… por plazos… y quién lo hace una, lo hace mil veces.
El batacazo, sobre todo en la Provincia de Buenos Aires, ha sido devastador para los nostálgicos del viejo y gastado relato peronista, donde coexiste mucha gente decente, inocente é ilusionada que vería el sorpresivo resultado con triste melancolía: «Evita» -no mucho mejor que CK- murió hace ya 65 años.
Pero el cúmulo de apoyos mercenarios generado por el clan Kirchner en doce años de sostenido abuso de poder es completamente otra cosa. Por su lado, la Presidenta, muda desde las primeras de cambio, quizás ya anda planeando enterrar al candidato para quedar ella como víctima y jefa de la movida. Y Scioli, viceversa.
Con comparsas de esa calaña no se necesitan enemigos, y el efecto desmoralizador -y disociador- del impacto electoral reciente puede generar un deslave político que se los lleve a todos por la misma cloaca de donde salieron.
Como se dice en inglés, no hay honor entre bandidos, y ante un presagio decisivo de fin de fiesta lo que suele ocurrir en semejantes pandillas es un «sálvese quien pueda», la desbandada de los oportunistas.
Algo similar fácilmente se puede repetir en Venezuela el próximo Diciembre, por más alardes y fanfarronadas al contrario. Al final: «el amor y el interés se fueron al campo un día, pero más pudo el interés que el amor que le tenía.»
