La vida siempre nos tiende su mala jugada, y los que aún esperamos conocemos de ella. Conocí con certeza de paisano, de la patria chica donde nacimos, tu vida, Alfonso. Tu denodado afán por la existencia, pero no sin propósito. Tu gran propósito fue el bien y la comprensión para todos. Tal vez ese número siete que signó tu bonhomía y que estuvo en todos tus estelares momentos guarde secretamente tus razones. Hasta en tu último momento, el siete te acompañó. Viernes 25 de septiembre, la suma de sus dígitos: siete; el número de la mala jugada. Y luego el domingo 27, tu definitiva despedida. Tú creías firmemente en él. Y en ninguno de tus grandes momentos pudo faltarte.
¡Poeta, Alfonso Jiménez! Tú cargaste con un nombre muy ibérico. La España de ese nombre de sabios, de reyes, de poetas, de castellanos. Nombre venido a América y fijado, entre otras, en la ilustre población de Yaritagua. Nombre asignado para denodado destino. Te tocó que la sangre aborigen acogiera gustosa la sangre española. Una sola sangre entonces, en un hombre especial de un solo nombre: Alfonso, se instituyó para resistir adversidades salir siempre victorioso sin ostentaciones.
De aquella Yaritagua rural partió la aventura de tu espíritu indoblegable. Caracas, la meta. Y a vencer en el combate social las adversidades. La derrota tuvo signos mágicos que pudiste interpretar. Una pordiosera de la plaza Miranda de Caracas te franqueó el camino para que triunfaras sin reservas desde entonces. Una profeta de la calle te ilumino con sus señales. Todo se concretó en una beca y mucho estudio. Los años, unidades del tiempo para el hombre, jamás se han detenido. Aferrado a tus sueños, en plena adversidad, los restaste y los conjugaste con tus anhelos hasta vencerlos.
Casi los ciento un años, pese a la jugada, todo ese tiempo fue tuyo para irradiar esplendorosa tu generosa vida. Tu acción la circunscribiste a hacer el bien a todos. Todo pasa, pero hay realidades que demandan su tregua. La casa de la parra, el cobijo para las reuniones de Asela. La casa de Alfonso, bonancible y austero presidente de la institución. La casa de los hijos, de los yernos, de Carmencita, Bajo su sombre se conserva todo el afecto de tú presencia sentado en tu mueble de paleta. Hay un diálogo silencioso que se mantiene con el silencio de tu voz. Estamos en tregua como las cosas mencionadas. Saludamos desde aquí al eterno compañero. ¡Adiós, Alfonso! O, para ser sincero: ¡Hasta luego, apreciado conterráneo! ¡Que Dios te sea en todo momento propicio!