Escribo estas líneas pensando en muchos escépticos. Escribo para una gran cantidad de venezolanos de clase media y profesional que creen que aún cuando se logre una victoria política-electoral el próximo 6 de diciembre, como lo están señalando todos los estudios de opinión, el país, Venezuela, no tiene remedio. Para esos venezolanos los problemas son tan graves y la crisis tan profunda que no tienen esperanzas de ver cambios positivos en la vida nacional. A todos esos venezolanos les digo que la recuperación social y ciudadana sí es posible. No es una utopía. La ciudad de Medellín es una muestra fehaciente de que se puede llevar adelante una política de reinstitucionalización en tierras similares a las nuestras.
He venido a Medellín en una visita académica invitado a participar en el XV Congreso de la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social. La discusión en ese espacio de intercambio, con colegas de diversas latitudes, resulta muy interesante; sin embargo, mi atención se centra en estos días en la ciudad como tal.
La imagen que guardaba de Medellín data de 25 años y la sinopsis de la película “Rodrigo D, no futuro” refleja claramente lo que era la capital antioqueña al iniciarse la década de los 90: Rodrigo no tiene todavía veinte años. Está en una ventana del último piso de un céntrico edificio en Medellín. Va a saltar sobre esa ciudad que lo oprime¸ lo llama¸ lo margina. No tiene otra opción¸ le grita a la ciudad. Los créditos finales de la película son imperdibles: “Dedicada a la memoria de John Galvis¸ Jackson Gallegos¸ Leonardo Sánchez y Francisco Marín¸ actores que sucumbieron sin cumplir los 20 años¸ a la absurda violencia de Medellín”.
Ahora que están de moda las series y películas sobre los capos de la droga y que se hace una revisión de la vida del narcotraficante Pablo Escobar, conviene recordar que estas mafias tuvieron en Medellín un lugar privilegiado para su accionar.
Comparto con ustedes tres estampas que presencié en Medellín, en estos primeros días de octubre de 2015, y que me ayudaron a entender la profundidad de la metamorfosis que se ha vivido en esta ciudad colombiana. Primera: el día que llegué, ya cerca de la medianoche, tomé un bus en el aeropuerto para ir al centro de la ciudad. El chofer del bus salió de la zona del aeropuerto y en medio de la vía se detuvo para cobrar los pasajes. Nadie estuvo atemorizado, salvo quien escribe. Segunda: En todos los viajes que hice en estos días usando el metro, encontré personas leyendo libros, especialmente gente joven y no se trataban de libros de texto de lectura obligatoria. Tercera: tomé un bus turístico para hacer un recorrido por la ciudad en horas de la noche, en un momento un taxi nos intercepta abruptamente, el taxista se baja de su vehículo y le dice al chofer del bus, oiga llame la atención de sus pasajeros que están botando basura por las ventanillas.
En la Medellín que estuvo tomada por el narcotráfico y que era una de las ciudades más violentas de América Latina, hoy se respira seguridad, cultura y ciudadanía. ¿Qué pasó para se lograra esta recuperación? Sin ser experto en temas de ciudad, como mi amigo Tulio Hernández, creo que se combinaron la ejecución de infraestructura (el propio metro, los teleféricos a los barrios más pobres, la construcción de bibliotecas en diversos lugares y de parques públicos novedosos) junto a intervenciones de carácter cultural, para que la gente se reapropiara del espacio público. Las universidades pasaron a tener un rol protagónico en esa recuperación de la ciudad. Parece un milagro, pero Medellín nos dice a los venezolanos que la recuperación sí es posible.