Hace ya 21 años que el maestro Jorge Arteaga contempló por primera vez el hermoso vitral que había diseñado para el nuevo edificio de EL IMPULSO. Nadie sabe lo que pudo pensar el artista a ver su obra en aquel edificio que iniciaba una nueva etapa para el diario fundado por don Federico Carmona hace 111 años.
¿Esta ha sido su mejor obra?
-Yo diría que una de las más importante. Lo que sí puedo decirte es que fue mi primer vitral.
A más de dos décadas, ¿con qué ojos lo ve usted hoy?
-Con los ojos de un crítico, o un pintor autocrítico. Me flagelo recordando algunas indicaciones que le hice al vitralista y que no fueron atendidas en su momento. Leonel Durán, el autor ganador del concurso del vitral del Palacio de Justicia en el viejo Edificio Nacional, me argumentó que yo estaba viendo la obra como un pintor y que él la veía como un vitralista donde los detalles tienden a obviarse.
Si usted pudiera satisfacer su deseo de mejorar ese vitral, ¿que le agregaría o le quitaría?
-La idea de hacer un vitral y no un mural no fue idea mía, sino de la señora Gladys Guzmán de Carmona, esposa del recordado director de EL IMPULSO, Gustavo Carmona. Así que ni le quito ni le pongo.
Antes de seguir hablando con el maestro Arteaga sobre el vitral, lo invito a escudriñar su vida, para que la narre en primera persona.
En El Valle
Yo nací en el año 1936 en la parroquia de El Valle, en Caracas. Mis padres fueron Jorge Humberto Arteaga Carneiro y Blanca Amelia Rodríguez Marcano, ambos caraqueños que se conocieron en el barrio y decidieron formar un hogar. Soy el hijo mayor de la pareja, también soy el nieto mayor de los Arteaga Rodríguez y sobrino mayor de las dos familias. En la capital de la República, que era mucho menos trepidante que la de ahora, transcurrieron mi niñez y mi adolescencia.
-Mis estudios secundarios fueron inconclusos cuando decidí venirme a Barquisimeto por una sugerencia, o imposición del maestro Gabriel Bracho.
–“Usted se me va a Barquisimeto a estudiar en la Escuela de Artes Plásticas donde el director es José Requena -me dijo sin que yo pudiera contrariarlo.
-Yo supe que podía dibujar cuando apenas tenía 14 años y a instancias de José Antonio Dávila, con quien había estudiado en primaria, me inscribí en la Escuela de Artes Plásticas de Caracas.
Allí fue donde tuve el primer contacto con Gabriel Bracho, quien para aquel entonces trabajaba en la elaboración de su mural del Instituto Escuela de la Florida. Lamentablemente los nuevos propietarios de la edificación no valoraron esa obra, hoy ya desparecida, en nombre de la modernidad
-Con una beca que apenas alcanzaba los 100 bolívares y el apoyo de Bracho, de Requena y de su esposa Ofelia, me dediqué a recibir clases del propio Requena, Edmundo Alvarado y Crisógeno Araujo. Durante cuatro años, hasta 1958, permanecí bajo el ala de esos grandes maestros. Con ellos llegué al convencimiento de que sí podía ser un pintor, porque de eso se trata: aprender enseñando.
En 1959 se crearon cuatro Escuelas de Artes y junto a Edmundo Alvarado y Hugo Daza fundamos la Escuela Carmelo Fernández, en San Felipe. Tenía aproximadamente unos 20 años y a esa edad temprana sentía que podía ponerme al mundo de montera y cubrir los espacios con los cuales ya soñaba.
-En la capital yaracuyana nos alargamos los pantalones. En mi caso comencé a pintar en formatos grandes como ejercicio, en grandes espacios, sin tener mucho conocimiento y seguridad de lo que estaba tratando de hacer.
Pero por razones políticas que no vienen al caso me ví en la obligación de abandonar Yaracuy e irme a Mérida donde trabajé como director de la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de los Andes. El director de Cultura de la ULA era nada menos que Ramses Hernández López.
Mérida
En la capital merideña, la gobernación abrió un concurso de bocetos para murales con el tema de la Campaña Admirable del Libertador, en el cual participé y gané el premio único. Esa obra permanece en el salón de recepciones de la Gobernación, y, según me cuentan, no recibe el cuidado requerido. En ese mural se muestra a Bolívar entrando a la ciudad a caballo, acompañado de su Estado Mayor formado por Rafael Urdaneta, José Félix Ribas, Atanasio Girardot y Antonio Ricaurte.
Por cierto que la decisión del jurado de otorgarme ese premio produjo un gran descontento entre los partidarios de un pintor extranjero que tenía muchos años viviendo en la capital emeritense y participó en el concurso. Hípicamente hablando yo fui un gran batacazo. Como no quise entrar en polémicas inútiles regresé a Barquisimeto y me designaron para fundar la Cátedra de Dibujo y Pintura de la dirección de Cultura de la Universidad Lisandro Alvarado, Estamos hablando de 1975.
Tengo que hacer un paréntesis para decir que me casé en el año ‘60 con Ondina Arce Urdaneta, a quien conocí un 4 de junio de 1959. Ella era profesora de sociales en la escuela Mateo Liscano Torres, de Quíbor. Hoy estamos cumpliendo 55 años de casados con 5 hijos, ninguno se dedicó a la pintura. Tengo dos ingenieros, un técnico agrícola, una sicopedagoga y una bailarina clásica. Tanto mi esposa Ondina y mis hijos Jorge Alcides, Ondina Morela, David Armando, Jorge Eleazar y Ondina María son los soportes emocionales, espirituales y prácticos de mi vida y de mi quehacer profesional.
México
Mi formación como muralista se lo debo fundamentalmente a Gabriel Bracho y a David Alfaro Sequeiros, uno del grupo de los tres grandes muralistas mexicanos. Los otros dos son José Clemente Orozco y Diego Rivera. Estos personajes ejercieron sobre mí una gran influencia, independientemente de una profunda admiración que siempre he tenido por ellos y por su obra.
De Diego Rivera su poesía plástica; de Orozco, su dramatismo y su fuerza telúrica; y de Sequeiros su técnica y su aporte, sobre todo a la poliangularidad característica de su obra.
Estuve en México unas tres veces. Visitamos a Sequeiros- Orozco y Rivera ya habían fallecido, con la idea conocer en Cuernavaca su tallera, como el mismo la llamaba. Curioso, pero el ilustre muralista azteca nunca dio clases de pintura. Decía que se aprendía en los caballetes y pintando diariamente. En esa oportunidad fueron unos viajes muy bien aprovechados, porque nos vinculamos con grandes artistas plásticos como Alberto Beltrán, José Chávez Dorado. Raúl Anguiano, Adrian Villagómez y otras personalidades del mundo de las artes de México.
Otra vez Venezuela
Cuando llego de México junto con mis compañeros me dedico a meditar sobre mi futuro como muralista y comienzo a trabajar con más propiedad sobre las particularidades técnicas de los grandes espacios. Uno de mis murales se refiere a las Ciencias Médicas, una obra que está en el Hospital Central Portuguesa. Esa obra, me informan, está en estado comatoso. Esta es una buena oportunidad para hacerle un llamado no solamente a las instituciones públicas y privadas, sino también a la ciudadanía para que proteja el patrimonio cultural del país que, en definitiva, es la herencia histórica de las generaciones del futuro. Otro de los murales importantes está en el parque Juan Bautista La Salle, la llamada Concha Acústica. Cuando le hago un inventario a mi obra veo que cuento con unos 14 murales, el más grande de unos 76 metros cuadrados que muestra las batallas de la Victoria y de San Mateo. Cuando me preguntan cuál es la mejor de mis obras tengo que decir con mucha pena que a todas les consigo un detalle.
¿Cómo lleva su vida actual maestro?
-Trotes lentos, nada de galopes tendidos, pero con ganas de seguir trabajando.
Larga vida al maestro Arteaga