Para muchos -sobre todo las víctimas del diabólico experimento perpetrado por los hermanos Castro sobre la sufrida isla de Cuba durante más de medio siglo- el ver a Santo Padre visitar en su casa al impío verdugo ha sido muy difícil de digerir.
Causa profunda revulsión ver un emblema de la verdad, el amor y la belleza, junto a la encarnación de la mentira, del odio y lo grotesco.
Algunos pensaron que a esa única reunión privada en La Habana el Papa fue a practicar un exorcismo: Quizás eso mismo es lo que hizo.
Ahora sabemos que Francisco I no recibió a la disidencia cubana para evitar otras audiencias, incluso de su paisana Cristina y otros afines que pretendían salir volando a La Habana para retratarse con él. Todo tiene su tiempo y su momento.
En la hermética Cuba se le señalan silencios y omisiones, pero al salir a esa Norteamérica globalizada dijo todo cuanto calló mientras permaneció en la lúgubre isla-cárcel.
Quizás lo más importante de su visita a esa Cuba mendicante e intrascendente es lo que no se conoce de ella, mientras que con Estados Unidos selló una poderosísima y muy pública alianza con la mayor potencia planetaria.
Al analizar de un todo el curioso itinerario del Pontífice y su prédica – y conjugando la variedad de mensajes y meta-mensajes – va quedando claro que le va clavando un crucifijo al medio del pecho al vampiro endémico de las ideologías que tanto daño causaron durante el siglo XX: Adefesios que algunos desquiciados pretenden revivir en pleno siglo XXI.
Algunos ven en ciertas admoniciones del Papa asomos de socialismo maligno. Vistas sin prejuicios y ampliamente interpretadas no deberían concitar oposición sino en el legendario Ebenezer Scrooge de Charles Dickens: El maniqueísmo absolutista tampoco sirve al pensamiento económico: No pueden existir empresas sanas en un mar de miseria.
Entre las facetas que desplegó el Sumo Pontífice una de las más resaltantes -en medio de ese gran manto de bondad y cercanía- es su vasta cultura y una chispa que revela su profunda inteligencia.
Todo eso, agregado a la profunda vivencia latinoamericana, lo califica como idóneo para ayudar a destrabar hábilmente una cantidad de entuertos políticos, económicos y sociales que proliferan en estas regiones.
Para muchos su visita a la inútil carcasa del senil asesino fue una legitimación o reconocimiento que de algún modo benefició al expirante genocida. Pero quizás la cosa es al revés y lo que logró el hábil Pontífice fue impartir una disimulada extremaunción.
A fin de cuentas, Dios también escribe recto en líneas torcidas.