Su Santidad Francisco, primer Papa latinoamericano y primer jesuita en ocupar el trono de San Pedro, acaba de concluir una extraordinaria jornada en el continente. Cuba y Estados Unidos fueron escenarios válidos para que mostrara ante el mundo su condición de pastor y de político, ambas facetas cumplidas a plenitud.
Algunos olvidan que Francisco es un Jefe de Estado. Nada más ni nada menos que del Vaticano. Tiene obligaciones extraordinariamente serias derivadas, entre otras cosas, de la exitosa intermediación entre los dos países visitados, relaciones que avanzan, no sin serias dificultades, pero diremos que los católicos cubanos están ahora mejor que antes y el pueblo, en general, acaba de recibir una dosis de fe y entusiasmo hacia la libertad. El fervoroso respaldo de la calle y el respeto por parte del gobierno ratifican nuestra visión optimista del futuro.
He seguido atentamente todas las intervenciones de Francisco. Tanto en Cuba como en Estados Unidos, en la Organización de las Naciones Unidas, ONU y finalmente en Filadelfia con relación a la familia.
Confieso cierta melancolía al recordar nuestros primeros pasos en la política, desde las filas de la Juventud Revolucionaria copeyana y la Democracia Cristiana Universitaria a la caída de la dictadura de Pérez Jiménez. Las mismas lecciones básicas, hasta con casi el mismo lenguaje de nuestros fundadores y primeros maestros. Se trata de una vuelta a las raíces que mucha falta hace en este tiempo perverso de Venezuela. Ojalá y los actuales dirigentes de Copei, independientemente del bando en que estén ubicados y los millones de socialcristianos alejados de la actividad partidista, se tomen un tiempo para analizar y asimilar los mensajes de Francisco.
En mi opinión hay un relanzamiento de la Doctrina Social de la Iglesia, sin dogmas de fe que no tendrían cabida. Se trata de un camino claro y factible para quienes no son comunistas, ni socialistas, ni socialdemócratas indefinidos, ni neoliberales rabiosos y excluyentes. También para todos estos en la medida que estén dispuestos a luchar por la dignidad de la persona humana, es decir, del individuo y su familia, por la perfectibilidad de la sociedad civil y por la justicia social como instrumento para alcanzar el bien común.
Pongamos punto final a la politiquería baratera de este tiempo dando una nueva dimensión a la lucha por la democracia.