Sin Tregua – LEOPOLDO LOPEZ

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En un pequeño libro titulado El Conde Lucanor, escrito hace ya varios siglos, su autor relata el caso de una mujer llamada Truhana, quien llevaba una vasija llena de miel sobre la cabeza, con la finalidad de venderla. En el camino, se alegró mucho, imaginando que se haría rica vendiendo la condenada vasija de miel, lo que le permitiría escalar la empinada cuesta de las distinciones sociales. Pero en medio de tanta euforia, la futura potentada se dio una palmada en la frente, lo que hizo que la vasija cayera al suelo, y se rompiera en mil pedazos. La mujer de este relato me recuerda a la jueza que dictó la sentencia contra Leopoldo López. Ella irá de la casa al trabajo y del trabajo a la casa, irradiando alegría, llevando en la mollera la idea de que cumplió fielmente la misión encomendada. Se creerá, desde ya, parte de la alcurnia Madurocabellista y hasta se imaginará un meteórico ascenso en la escala burocrática de esta estafa política del siglo XXI. Ya se habrá trazado un mapa mental, en el que resalten los caminos que permiten llegar a un estilo de vida despreocupado y cosmopolita, porque, sépase bien, un revolucionario de estos tiempos que no aspire a lujos y excentricidades, nunca pasará de ser un pendejo. Quizás con ideales y todo eso, pero un pendejo al fin y al cabo. Y no es que uno quiera aguarle la fiesta a nadie, pero es bien sabido que esta cúpula roja farsante, cada vez que alguien se empeña en bien servirle, suele pagarle enviándolo al basurero de la historia, dándole una patada en el trasero. Si no, que le pregunten a los Isea, Aponte y Alvaray, que andan por las sabanas del mundo, “llora que te llora y canta que te canta”.

La sentencia contra Leopoldo viene a confirmar la falta de autonomía e independencia del poder judicial venezolano. En este sentido, sabemos que la justicia que administraba Ño Pernalete y el servil Mujiquita, era un dechado de santurronerías, frente a la que administra Ño Madurete y su hatajo de dóciles mujiquitas. Si Francisco de Quevedo viviera y contemplara las tropelías de la justicia venezolana, probablemente se sentaría, apesadumbrado, en cualquier Plaza Bolívar, a recitar sus versos sobre la pobreza y el dinero: “¿Quién los jueces con pasión,/sin ser ungüento, hace humanos,/pues untándolos las manos/los ablanda el corazón?”. Sin embargo, no hay que amilanarse. A pesar de los pesares, todos los venezolanos, y conste que no incluyo a Maduro entre ellos, sabemos que el régimen nunca va a poder con el alma libertaria de este pueblo. Aunque cierren las rejas detrás de Leopoldo, ellos saben que él anda libre, y que allí, donde haya un venezolano clamando libertad y justicia, o como dice Neruda, allí, donde brote un laurel de libres, ahí estará la figura de Leopoldo, con su ejemplo, con su tremendo espíritu de sacrificio, erigiéndose en símbolo de la resistencia civil contra la opresión, entre otras cosas porque, mientras el maduro-cabellismo se acuerda de Bolívar, cada vez que las monedas de Judas tintinean en sus bolsillos, los venezolanos de a pie, los del día a día, sentimos que Bolívar, Sucre, Páez y todos nuestros granes héroes habitan en cada uno de nosotros, y palpitan en nuestras sienes cada vez que los esbirros del régimen rojo amenazan con desgarrar nuestro sistema de libertades.

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Cuentan que estando preso Antonio Gramsci, un colega de infortunios, al verlo tan desgastado físicamente, dijo, palabras más, palabras menos: Ese no es él, porque Gramsci es un gigante. Así decimos de Leopoldo. A punta de valentía y de sacrificio, se ha convertido en un gigante, cuyo ejemplo y serenidad en el infortunio deben llenarnos de coraje y fortaleza para que, dándole votos de confianza a la MUD, conquistemos los buenos tiempos que están por venir: 6D.

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