Muere el maestro Alfonso Jiménez, hará poesía en el cielo

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Alfonso Jiménez, el hombre que nunca renunció a la pedagogía, a la literatura, ni a la juventud,ahora está en el cielo. Pero como él lo diría, “hay hombres que no mueren nunca, a pesar de que marchan por los caminos de la vida calladamente, sin estridencias”.

Falleció en la paz de su hogar. Tenía 100 años.

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¿Dónde comienza o concluye la vida y la obra de un maestro que es ejemplo y recuerdo grato? Se preguntó el columnista Jesús Antonio Herrera en nuestras páginas de opinión.

El adiós es terrenal. El maestro derrama su sabiduría centenaria, versos alegres y cátedras de humanidad.

Educador, escritor y poeta, era un hombre ejemplar, lúcido, sonriente. Lo llamaban,cariñosamente, libro abierto y biblioteca ambulante. Fue presidente en siete períodos de la Asociación de Escritores del estado Lara (Asela).

Alfonso Jiménez nació en Yaritagua, el 13 de enero de 1915. Su infancia fue dichosa. Creció entre la faena del campo y lecturas a la luz de la luna.

Cuando era niño disfrutaba los relatos de Las mil y una noches y Los cuentos de Calleja. Y joven conoció la historia de Simón Bolívar a través de una colección de 10 tomos.

Jamás se apartó de la presencia señorial de los libros. La lectura era un ritual para este personaje que será recordado por su inteligencia y sonrisa.

Dedicó su vida al magisterio, a la promoción cultural y a la lucha social. Como diría su amigo Diego Antonio Rivero, fue un hombre que cabalgó la vida con el firme propósito de servir.

“La pluma de este escritor resulta fiel al mandato de José Martí, cuando señala que se ha de escribir viviendo, con la expresión sincera del pensamiento libre, para renovar la expresión oética”, reseñó Yeo Cruz .

“En los escritos de Alfonso Jiménez brota como torrente una una evidente sensibilidad humana ysocial, un anhelo confeso de amor y paz, bajo la óptica de una acción bien entendida”, escribió

Cruz Ramón Galíndez en EL IMPULSO para el año 1986.

El número perfecto

Los días del maestro Jiménez estuvieron marcados por el número siete. No era hombre de supersticiones. Pero el siete era su cábala. El número perfecto acompañó los episodios más importantes de su vida.

“Nací el día jueves 15 de enero de 1915, planeta regente Júpiter, de siete letras. Mi maestra de tercer grado se llamaba Yocasta, siete letras, y despertó en mí el deseo de ser maestro. Con Asela también pasó algo con el número. Un día vinieron siete escritores porque querían que tomara el liderazgo y rescatara la institución”, decía en tono de anécdota.

El maestro también contaba que tuvo el privilegio de conocer tres siglos. Aunque fue testigo de los siglos XX y XXI, en su niñez se regía por las costumbres heredadas del XIX por su abuelo.

Palabra justa y necesaria

El maestro escribió cerca de una decena de obras. La primera fue publicada en 1956, Historia de un niño campesino, un tesoro de la literatura infantil.

Hizo un cuento, casi inédito, llamado Las estrellas han caído. Era trágico, decía. “Se trata de un muchachito que se acercó a un pozo para agarrar las estrellas y se ahogó”.

En 1960 presentó Apreciaciones pedagógicas, la historia del magisterio venezolano que tuvo dos ediciones adicionales en 1986 y 2005.
Además hizo un ensayo sobre el alcoholismo, La lección de hoy, en 2007 y una recopilación de textos, El pensamiento vivo de Don Simón Rodríguez, en 2012.

El maestro tuvo éxito en diferentes géneros pero la poesía era su consentida. Dejó cinco títulos: Imágenes en los espejos del tiempo, Siete poemas, El hombre y el viento, Canto a un gran maestro (Simón Rodríguez) y Decimario en tiempo de elecciones.

“Escribo poesía porque en muchas palabras digo muchas cosas”, reveló en ocasión de su cumpleaños 99.

Tenía que ser poeta

“La periodista Violeta Villar Liste me sacó del anonimato”, comentó el maestro que nunca olvidó hacer una llamada telefónica a los reporteros de este diario, al menos una vez por semana.

Era un hombre cabal, para quien nunca serán demasiados los homenajes, porque merece el aplauso, de pie, de todo un pueblo, relató la periodista Violeta Villar Liste, a propósito del bautizo del libro Alfonso Jiménez, libro viviente con caparazón de cerne.

“Escritor, maestro, filósofo de la cotidianeidad, amigo y sabio, también tenía que ser poeta. Imposible dejar el alma sin el aliento del verso. Poeta de palabra dócil, sencilla y transparente.

Verso como su hechura de hombre franco”, agregó en la página Literaria.

Tampoco se olvidaba de la periodista María Hortensia Zapata. Incluso le dedicó un poema, incluido en Imágenes en los espejos del tiempo, titulado Mariache.

Sus restos son velados en la funeraria Metropolitana, donde familiares y amigos recordarán en cada palabra, y también con cada verso, al hombre que hasta el final luchó por preservar el sentido de la palabra.

Patrimonio sin medida

“La sencillez va junto a su grandeza,

en su palabra fértil da su vida.

Todo él es un legado de experiencia

y un patrimonio hermoso sin medida”,

Gladys Andrade, poeta

“Alfonso Jiménez es un libro viviente

que absorbió la obra de Bolívar, Páez,

Zamora y otros… Por tanto es ductor

de muchas generaciones de lectores”,

Yeo Cruz, antólogo

“La enseñanza del profesor Alfonso Jiménez,

es el río que baña al pensamiento,

es el nutriente que fortalece el intelecto,

es la luz difusa que alumbra el sendero del verbo”,

Germán Antonio Roldán, escritor

 

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