Para el gobierno es un prófugo. Para muchísimos venezolanos, una víctima del gobierno. Para la enorme mayoría del país, un héroe.
Cuando se corrió la voz de que Marco Coello había abandonado el país, los mensajes en Twitter deseándole éxito en su huida, llenándolo de bendiciones y buenos deseos, convirtieron su nombre en tendencia nacional.
El relato del joven Coello es auténtico, su dolor es conmovedor, su dignidad es imponente. En un país donde la mayor crisis es la moral, resulta reconfortante escuchar a un joven que lejos de convertirse en un cínico –cosa que ha podido sucederle, con todos los horrores que padeció- está convencido de que quiere luchar por el país.
Fue arrestado mientras se recuperaba de una bomba lacrimógena que le había golpeado el cuerpo durante una marcha. Ocho hombres lo rodearon y uno lo golpeó en la espalda con un extinguidor de incendio. No estaban uniformados, ni portaban identificación. Se enteró de que estaba preso cuando al final de un pasillo leyó en la pared “CICPC”.
Lo esposaron y lo arrodillaron. Le golpearon la cabeza contra la pared. Vio entrar muchos estudiantes detenidos. Pero a él lo llevaron a un cuarto aparte. Ahí le dieron un papel con una declaración que querían que firmara, donde se declaraba culpable de los sucesos de ese día y que además actuaba por órdenes de Leopoldo López. Le pusieron una pistola en la cabeza: “te vamos a matar si no firmas. Sabemos tu nombre, dónde vives”. Le dieron los nombres de sus padres, de sus hermanos. Él respondió: “no voy a firmar, porque no voy a culpar a alguien de algo que no ha hecho y no voy a admitir algo que tampoco he hecho”.
Ante la pregunta de Fernando Del Rincón de por qué no había firmado para salvarse, la respuesta de Marco fue demoledora: “porque en mi casa me inculcaron valores”.
¡Marco, gracias, gracias, gracias! ¡Gracias por devolverme la fe en el país! ¡Gracias por hacerme ver que todavía hay una reserva moral importante! Porque aquí los valores se han ido de todas partes, como en desbandada. Nos hemos convertido en una sociedad cínica e insensible, permisiva e hipócrita y apareces tú con tu frescura y dices, con esa certeza, con esa fuerza y con esa autenticidad, que en tu casa te inculcaron valores. Me acosté a dormir feliz. Aunque tarde un tiempo, tenemos remedio.
@cjaimesb