Este lunes 21, en Quito, Ecuador, se reunirán, por fin, los presidentes de Colombia, Juan Manuel Santos, y Venezuela, Nicolás Maduro, a objeto de tratar el conflicto fronterizo. Ese encuentro entre dos mandatarios vecinos se produce un mes después de que el 19 de agosto, en forma unilateral, el Gobierno venezolano acordara el cierre, “por un lapso de 72 horas”, de la frontera, en San Antonio del Táchira y Ureña, a raíz de una emboscada atribuida a paramilitares contra efectivos de nuestra armada.
Un mes para concertar esta aproximación, “face to face”, como la bautizó Maduro, es demasiado tiempo. Era un tema que, sobre todo por la forma altisonante como se planteó de este lado, ameritaba ser tratado con urgencia, sin importar dónde, y, además, sin necesidad de mediadores ni de tanta alharaca. Pero se boicoteó en la OEA la convocatoria a una reunión de cancilleres de los 34 países miembros, como si llevar a efecto ese cónclave hubiese ofendido el honor de la nación.
No obstante la propuesta fue derrotada por un solo voto, el de Panamá, lo cual está lejos de representar una resonante victoria diplomática. No se aceptó, pues, que la OEA, foro regional por excelencia, debatiera sobre el asunto. Tenía que hacerlo Unasur, que tampoco concretó una reunión extraordinaria a tales efectos. Entre tanto, la hipersensibilidad de la revolución se puso de manifiesto una vez más, al protestar, como una “actitud antivenezolana”, la postura del secretario general de la OEA, Luis Almagro, quien deja atrás la anodina era de José Miguel Insulza, no sólo al alentar la presencia en Venezuela de observadores internacionales, activos, y no mudos acompañantes, el 6D. Además se dispuso a visitar Cúcuta y el Norte de Santander, para palpar la crisis humanitaria allí presente, el drama de las deportaciones arbitrarias y tratos crueles a decenas de familias que nada tienen que ver con el lucrativo y sucio negocio de los capos de la droga, ni con el cobro de vacunas y el contrabando, en cantidades multimillonarias, en gandolas, de alimentos y gasolina.
Tan pronto se abortó la reunión de cancilleres en la OEA, Unasur anunció que se cancelaba la sesión que había sido convocada para los días siguientes en Ecuador. ¿La razón?: la canciller venezolana, Delcy Rodríguez, acompañaba a Maduro en su gira a Vietnam y China. ¿Quién entiende a un Gobierno que actúa así, de manera tan disparatada? El absurdo lo completó el propio Presidente venezolano. Apenas llegó de ese viaje se fue a Jamaica, y desde allí desafió a Santos: “No me huyas más, deme la cara”.
Esta reunión de hoy, adelantó Maduro, “no será fácil”. Lo importante es que se entable con un espíritu constructivo, transparente, amistoso, sin intereses ocultos. En la frontera hay paramilitarismo, pero también guerrilla. El papel de la Fuerza Armada en el resguardo de la soberanía y el control de la frontera, debe ser revisado en profundidad. La opinión pública de ambos países, y todos los sectores involucrados en el conflicto, merecen y están urgidos de la búsqueda de soluciones globales, duraderas, más efectivas que efectistas.
Santos y Maduro se han reunido antes por esta misma razón. Hace un año, el primero de agosto de 2014, se vieron las caras en Cartagena, para tratar “al más alto nivel” lo relacionado con el contrabando y las relaciones comerciales. En esa fecha se acordó crear el Centro Binacional de Comando y Control contra el Contrabando.
Es costumbre inveterada del Gobierno venezolano tratar los asuntos más delicados en términos ampulosos, solemnes, y dejar un cúmulo de buenas intenciones asentadas en documentos dispersos, en gestos y amagos, en acuerdos que se renuevan una y otra vez, sin procurar el más mínimo seguimiento, sin honrar la palabra, ni el compromiso. Se genera un conflicto, se lo atiza hasta el extremo, y luego se celebra el haber tenido el coraje y la capacidad “histórica” de arribar a un acuerdo que, otra vez, se olvidará tan pronto se seque la tinta del papel que lo recoge.
Ojalá este face to face de hoy sea distinto. Es una historia muy triste y deslucida para repetirla.