#Editorial: Sagrado objetivo

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No hay trapo rojo que valga.

Un país curado de espantos, enterado de toda la perversa gama de argucias oficiales para desinformar, confundir, ocultar su monumental fracaso, sembrar miedo e infundir desesperanza, se muestra resuelto a no perder de vista su disposición a no caer en provocaciones y aguardar, serena y reflexivamente, el momento de expresar su indignación, su asco contenido, en las mesas de votación.

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Es el Gobierno el que se sale de sus casillas, con creciente torpeza y desesperación manifiesta, en la medida en que se aproxima la fecha crucial del seis de diciembre, escogida con desgano y opacidad por el CNE para la renovación de la Asamblea Nacional.

El pueblo venezolano percibe la jornada comicial pendiente como una brillante coyuntura para decretar un cambio sustancial y definitivo en el rumbo de la nación, empujada desde el poder hacia el despeñadero en materia económica, y, asimismo, en cuanto atañe a valores tan sensibles como los de la libertad, la convivencia social, el brillo de las oportunidades, por igual para todos; y el imperio de la justicia.

Las extemporáneas escaramuzas con Guyana de poco sirvieron. Bien pronto se produjo el recule en el desastroso amago nacionalista. De ese escenario se viró hacia Colombia y la perturbada ofensiva militar allí ensayada, con inusitado desprecio hacia los derechos humanos, se topó con la centrada postura del presidente Juan Manuel Santos y las filigranas de la curtida diplomacia colombiana. Además, cosa que a nadie podía sorprender, el cierre unilateral y atropellado de la frontera se agenció una resuelta desaprobación en ambos lados del territorio compartido, donde se tiene la certeza de que las mafias que amasan descomunales fortunas con el contrabando de extracción, el narcotráfico y el cobro de vacunas, no se han visto alteradas en lo más mínimo, a diferencia de la desventura que ha golpeado a decenas de familias inocentes, colombianas y venezolanas.

No ha sido más afortunada la otra carta oficial, la supuesta guerra económica, versión que se estrella contra la justificada incredulidad del ciudadano común. El desplome de la popularidad de Nicolás Maduro, la sensación en las desencantadas huestes oficialistas de que él arruinó el “legado” de su finado mentor, se produce justo cuando los precios del barril de petróleo tocan fondo, la inflación hace estragos, la escasez presagia crisis humanitaria, las fuentes de financiamiento se agotan y se percibe en la región un reacomodo geopolítico que genera escalofríos en la soledad palaciega de Miraflores.

No les ha salido mejor el proceso judicial al cual ha sido sometido Leopoldo López, sentenciado a 13 años y nueve meses de prisión por una jueza provisoria y una justicia deshonrada. La opinión pública, nacional y foránea, se conmovió tras el afrentoso fallo, ya dictado en televisión por quienes, prevalidos de su mando arbitrario, lo bautizaron como el “Monstruo de Ramo Verde” y celebraron cada atropello a las garantías de ley, al Estado de Derecho.

El país, sin embargo, no extravió un solo instante la cordura, el norte. La irritación colectiva no dio pábulo a la violencia, a la exacerbación de las pasiones. La palabra del rehén de la infamia fue acatada con admirable lucidez. El valeroso líder político, según alcanzó a escribir, no espera que sus cadenas sean removidas por el régimen. Le tocará hacerlo al pueblo, en honesta comunión, al ejercer su derecho al voto, trazar su destino y recobrar su dignidad pisoteada. Está acordado. No hay trapo rojo que nos distraiga de ese sagrado e impostergable objetivo.

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