¡Qué difícil es aceptar el sufrimiento! Y comprenderlo, más aún. Pero hay pasajes de la Biblia que pueden ayudarnos a entenderlo un poco más.
Lo primero a ver en la Biblia es la actitud de Jesús ante las torturas infligidas a El. ¿Cómo se comportaba Jesús antes el sufrimiento? ¿Cuál era su actitud? Mansedumbre ante el dolor, entrega confiadísima a Dios, seguro del triunfo final, sin olvidar el objetivo de su sufrimiento: la salvación de la humanidad.
También nuestros sufrimientos, bien aceptados, imitando a Jesús, sirven para la salvación de la humanidad. ¿De dónde sacamos eso? Es la enseñanza de la Iglesia. Juan Pablo II nos dejó hasta una Encíclica sobre el sufrimiento. Pero la Iglesia no inventó esto, sino que Jesús nos lo enseñó.
Veamos uno de los pasajes más impactantes de Jesús con los Apóstoles cuando les pregunta quién creen ellos que es El (Mc. 8, 27-35). La respuesta del impetuoso Pedro no se hace esperar: “Tú eres el Mesías”.
El problema estaba en el concepto que tenía el pueblo de Israel del Mesías. Y los apóstoles, a pesar de andar con Jesús, también querían un Mesías libertador y vencedor desde el punto de vista temporal. ¿Para qué? Para que los librara del dominio romano y estableciera un reino terrenal, mediante el triunfo y el poder.
Pareciera que ni el pueblo judío, ni los mismos Apóstoles, hubieran puesto mucha atención a las clarísimas profecías de Isaías sobre el Mesías. (cf. Is. 50, 5-9)
Por eso Jesús tiene que corregirlos de inmediato. Nos cuenta el Evangelio que enseguida que Pedro lo reconoce como el Mesías, Jesús “se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer día”.
Cuando Pedro, tal vez pensando en ese Mesías triunfador, llama a Jesús aparte para tratar de disuadirlo del horror que les había anunciado, la respuesta del Señor es inmediata y terrible.
La corrección que hizo el Señor de la idea equivocada del Mesías triunfador temporal, fue especialmente severa: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”. ¡Llamó a Pedro “Satanás”!
Dado ese calificativo extremo, resulta evidente que, para nosotros los seguidores de Jesús, rechazar el sufrimiento no es una opción; es -cuanto menos- una tentación que no va de acuerdo con lo que El continúa diciéndonos en este pasaje evangélico.
Dice el texto que entonces el Señor se dirigió a la multitud y también a los discípulos, para explicar un poco más el sentido del sufrimiento: el suyo y el nuestro. “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga”. Más claro no podía ser: el cristianismo implica renuncia y sufrimiento. Seguir a Cristo es seguirlo también en la cruz, en la cruz de cada día. Y para ahondar un poco más en el asunto, Jesús agrega una explicación adicional: “El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”.
Pero… ¿qué significa eso de querer salvar nuestra vida? Significa querer aferrarnos a todo lo que consideramos que es “vida”, pero que realmente no lo es. Es aferrarnos a lo material, a lo perecedero, a lo temporal, a lo que nos da placer, a lo que nos da poder, a lo ilícito, etc. Si pretendemos salvar esto, lo vamos a perder todo. Y, como si fuera poco, perderemos la verdadera “Vida”. Pero si nos desprendemos de todas estas cosas, salvaremos nuestra Vida. No se refiere Jesús a esta vida, sino a la verdadera, a la que viene después de ésta. Y sólo así podremos obtener, como Cristo, el triunfo final: la resurrección y la Vida Eterna.