La Nación está sola. La barca nacional se encuentra zozobrando en alta mar, con los tiburones acechándola alrededor en medio del océano, con los zamuros y buitres dándole vueltas en el cielo, sin agua potable, sin alimentos a bordo, paralizada la sala de máquinas, sin medicinas, sin artículos de limpieza para la higiene de cubierta, sin papel para escribir, leer o asearse.
Sin embargo, el obstinado capitán reúne a la tripulación y declara el estado de excepción de la popa. “De la proa no se ocupe ni preocupe nadie, ella anda sola”, exclama sin un ápice de credibilidad. Los pasajeros del barco, accionistas y por lo tanto dueños de la embarcación, confiaron el destino de su nave y el cuidado de sus vidas a un oficial locuaz que lo precedió, al cual llamaban el Comandante, que eligieron por cierto no por su capacidad gerencial y probado conocimiento, sino por el circo que era capaz de montar. La “guasa” gustaba a la mayoría. Era su actor preferido. Se trataba entonces de repartir y no de producir. El Comandante hizo lo indecible para empobrecer a la nave pero nadie lo notó, porque siempre contó con el vientecito de la renta petrolera. Se asoció con el Capo, el “Pran de la Patria”, abalanzando sobre la clase media a la plaga de las langostas rojas y armadas, que destruyó el campo, la industria, la ciudad, expropiándolo todo y apoderándose groseramente de los alimentos y las medicinas que no supo ni sabe distribuir y menos producir, que se dio el lujo de dejarlos podrir y vencer mientras que tenían hambre y enfermedades los pobladores, que ahora mismo deben “bachaquearlos” a sobreprecio en el país con mayor inflación en el mundo.
El gran negocio de los patriotas rojos era multiplicar pobreza y lo lograron. La amargura que cada nacional tiene hoy día es proverbial. Siente que antes estaba en el paraíso, que todo estaba al alcance de su mano y ahora se encuentra solo en alta mar. Se siente estafado y asaltado. Estaba en el paraíso y ahora es un balsero. No hay alimentos, no hay medicinas, no hay seguridad. Su unidad monetaria vale menos que la servilleta que no tiene. Todo lo que escasea es más caro que el papel moneda que posee para comprar. Nada le pertenece, solo “la Patria”, es decir, la mentira. Hay Patria pero en alta mar, sin propiedad, pura sal y agua. Allí se le disolvió el sueldo y se evaporó la confianza. Sólo la propaganda oficial tiene recursos: “No importa que no tengamos con que comer, lo importante es salvar a la Revolución” dijo en vida el Comandante ¿Cuál Revolución? La de su ego y su bolsillo y la de los piratas que dejó al mando del barco, es decir “la Robolución”. Ahora queda claro. Veamos si hay conciencia cuando la Nación rompa el silencio de la soledad con su voto para liberarse de su actual indigencia.