En estos tiempos, de crisis, de expulsiones y de migraciones hacia países mejores, más sensatos y mucho mejor gobernados, uno no puede olvidar que también fue un emigrante y que nunca dejó de serlo.
Llegué muy niño desde Italia, pero nunca terminé de olvidar del todo mi origen pues siempre lo tuve en el seno de mi familia:hablábamos en italiano; escuchaba las canciones italianas. La comida, aun con sabores criollos era italiana. El vino nunca fue derrotado por la cerveza o el ron y mis primeras lecturas fueron en libros y revistas italianas.
Obviamente, me sentía como un disociado entre la Italia remota e imaginada y la realidad criolla. No era un asunto fácil eso de tener un pie en cada cultura. Eso me ayudó a ver el mundo de una manera más amplia, a ser más crítico con las cosas de aquí y de allá. Eso me empujó a conocer la historia de mis ambos países, a entender sus costumbres, sus diferencias culturales y los modos del estar y actuar en el mundo tan diferentes.
Ahora, a casi mis 70 años entiendo el dolor de mis abuelos que vieron partir a más de la mitad de la familia y entiendo también a mis padres que a veces, tras un poco de vino y en una reunión familiar les daba por cantar las canciones de su tiempo.
Yo tengo esas referencias para entender las migraciones de los venezolanos de hoy, y sé cuán importante es irse con la esperanza de volver, no importa si, al final, se quedan definitivamente en el país adoptivo. Volverán para ver a sus padres y para que conozcan a los nietos.Tras unos pocos días se repetirán las despedidas, las lágrimas y la melancolía. En algunos casos los viejos se irán también pero ya al final de la vida, cuando las costumbres y las amistades se han vuelto una parte sólida, inarrancable, y no les será fácil adaptarse a las nuevas situaciones: es mucho y muy valioso lo que toca dejar atrás.
No importa, saber que los hijos estarán mejor en su nuevo paísy que nunca dejarán de ser al menos en parte venezolanos es el mejor consuelo. Ni siquiera sus nietos dejarán de saber del país de donde partieron sus padres. A ellos también les ocurrirá lo que me ocurrió y se sentirán leales a los dos países. Ellos, ni los hijos ni sus padres, se habrán ido del todo.
Vivo con la vergüenza de la expulsión de los colombianos. Un acto brutal que dañará por mucho tiempo las relaciones entre los dos países. Salir así es un desgarramiento cuyo dolor dura toda la vida.