“Jehová, tardo para la ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión, aunque de ningún modo tendrá por inocente al culpable” Num. 14:18
Pie Ligero es el apodo que tenía un conocido delincuente en una populosa ciudad del Brasil. Se lo ganó en sus andanzas delictuales por cuanto planificaba los atracos y minutos antes de cometerlos avisaba a la policía. Los desafiaba a que lo arrestaran y siempre se les escapaba. Lo cual se había convertido, no solo en un dolor de cabeza para las autoridades, sino en una descarada burla.
Cuenta el conocido evangelista internacional Alejandro Bullón, que hubo una ocasión cuando le dieron captura y lo llevaron a juicio, donde acumularon todas las causas. Su sentencia fue de 400 años de cárcel aproximadamente. Una vez en su celda, tenía como compañero un prisionero que profesaba la fe evangélica y cada noche, en un pequeño radiotransmisor, este escuchaba las predicaciones de un pastor bautista. A Pie Ligero le molestaba sobremanera aquella costumbre del prisionero, a quien amenazó con matarlo si subía de volumen las disertaciones.
Pasó cierto tiempo y este hombre seguía oyendo las prédicas radiales. Cuenta este evangelista, que una noche se le olvidó la amenaza recibida, se emocionó y subió demasiado el volumen del radio, lo cual llenó de ira al delincuente, lo agarró por el cuello y lo apretó hasta quitarle la vida. De inmediato los guardas se dieron cuenta de lo que había hecho, entraron a la celda, le dieron una enorme paliza y allí lo dejaron a esperar que muriera. Este hombre, al verse al borde de la muerte. Reventado y vomitando la sangre, con un grito que saldría de lo más hondo de su subconsciente, llamó a Dios y dijo textualmente, ”Diooos, si es que existes sálvame”. Él mismo cuenta, que de inmediato apareció una luz incandescente que cegaba su vista, en medio de la cual vio un hombre parado con un traje blanco, blanco y del susto se desmayó.
Al mañana siguiente, se levantó y no tenía ni un rasguño en su cuerpo. Ni sangre, ni moretones, ni daños físicos, por lo cual comenzó a gritar llamando a los guardas. Dicen, que estos al escucharlo, iban con la intención de repetirle la paliza y acabar con él de una vez. Una práctica común en los países del llamado Tercer Mundo, pero al verlo sin lesiones de ningún tipo se convirtieron en los testigos principales de lo que Dios había hecho en esa celda. Se había realizado un verdadero milagro que no se podía ocultar.
Uno de los hechos más relevantes de este caso es la capacidad ofensiva y blasfema que tiene la criatura ante su Creador, “!Si es que existes, sálvame!”, le dijo. Y por otro lado, el inconmensurable amor de Dios por el pecador. Con seguridad cualquiera de nosotros lo hubiese hasta enterrado vivo, pero Dios no ve lo que el pecador es, sino no lo que puede ser en el futuro, si le acepta como su Salvador personal. Continuará… ¡Hasta el próximo martes Dios mediante!