La presión social que se siente en el ambiente venezolano ha aumentado en los últimos días y parece no decrecer. Ya sabemos cuál es el coctel fatal de inflación y desabastecimiento, que ha atrapado a nuestra nación en lo que los economistas llaman “estanflación”, un escenario francamente indeseable, absolutamente adverso al crecimiento de un país y al bienestar de sus ciudadanos.
En notas pasadas comentábamos la necesidad de convocar a la gente, a todo el mundo, a la venezolanidad en pleno, para aportar a esta suerte de “tormenta perfecta” en la cual se encuentra el país en este momento. Lo primero, y en ello reiteramos lo del sentido común: hay que ahorrar. El aparato burocrático se ha hecho enorme y se ha exacerbado el pecado original de Venezuela, que tiene que ver con poner absolutamente toda actividad económica a cargo del Estado.
Eso, con un barril de petróleo a más de 100 dólares era perfectamente posible. Desaconsejado, pero posible. Ahora, con el barril a cuarenta y pocos dólares y amenazando con desplazarse hacia los treinta y pico, es sencillamente inviable.
¿Cómo se puede recoger este aparato público que se ha desparramado hasta niveles que atentan contra la viabilidad de la economía nacional? Es una compleja discusión que hay que dar. Y en ello se debe incluir la otra tarea postergada de la actual administración: hacer las paces con la empresa privada.
Porque el relocalizar trabajadores que agobian la nómina pública en una empresa privada emergente y con visos de prosperidad, traería una bocanada de optimismo al país. Y permitiría focalizar los recursos públicos a lo verdaderamente prioritario, que clama por la atención gubernamental en estos momentos.
También es urgente revisar los programas de auxilio de Venezuela a otros países. Y volvemos a recordar: el petróleo venezolano está muy lejos de aquellos añorados cien dólares. Ya no somos el muchacho rico de la cuadra.
Y ya que estamos en el delicado tema energético, debemos recordar que el precio del combustible en Venezuela es el más bajo del mundo, y está muy lejos no digamos de dar ganancias; sino de aunque sea cubrir los costos de producción. Es un subsidio que pesa demasiado en el presupuesto nacional y que, si bien beneficia a sectores desfavorecidos, lo hace por igual con estratos sociales que podrían pagar más por el transporte.
Y de levantar los controles de precios y el de cambio. Es una medida audaz pero necesaria. Y que debe ir acompañada de medidas compensatorias, así como de implementación gradual. Pero no se puede evadir. Tenemos a la gente, y tenemos claridad en las medidas que hay que tomar. No es fácil, pero nos brindarán el país mejor que tanto necesitamos. ¿Cuándo vamos a comenzar?