“Jesús preguntó a los Doce: ¿También ustedes quieren irse? Simón Pedro le contestó: Señor ¿a quién iremos? Sólo tú tienes palabra de vida eterna” (Juan 6,67-68)
Aquellos doce apóstoles se sintieron llamados, convocados por Cristo, ellos sintieron una llamada o vocación para una misión de salvación.
En efecto, si nos remontamos al Antiguo Testamento, las llamadas o vocaciones que Dios hace o motiva tienen una finalidad específica, dicen relación a una misión.
Así llama a Amos: “Yahvé me tomó de detrás del rebaño diciéndome: Vete, profetiza a mi pueblo Israel” (Amos 7,15), de igual forma lo hace con Abraham, Moisés y Jeremías.
La vocación viene a ser entonces el llamamiento que Dios hace oír a la persona humana, que ha elegido y a la que destina a una obra particular en su plan de salvación.
El origen de la llamada o vocación existe, se da en una elección divina, por puro amor de Dios, desde su libertad infinita y misericordiosa. Pero también se da un término o mandato que cumplir.
La vocación, va dirigida a la conciencia, es un llamado profundo y libre a la conciencia humana, ese llamado cuando es respondido en libertad, al mismo tiempo produce un cambio en la existencia, lo que hace del llamado, un hombre diferente, nuevo, a la luz de la misma fe.
En efecto, algunas veces para señalar la forma de posesión del llamado y cambio de dirección de la vida del elegido. Dios le da un nombre nuevo, acuñado por la boca de Yahvé (Isaías 62,2).
Dios espera una respuesta a su llamado o vocación. Él aguarda una adhesión libre, llena de fe y en espíritu de obediencia sincera. Algunas veces esta respuesta es inmediata “Y oí la voz del Señor que decía: ¿A quién enviare? ¿Quién irá por nosotros? Y respondí: Heme aquí, mándame a mí: El me dijo vete y dile a este pueblo”. (Isaías 6,8).
Sin embargo la mayoría de las veces, se siente temor ante la empresa y se quiere evadir la llamada: “Yo dije ¡Ay! Señor, Yahvé, mira que yo no sé hablar, soy un niño”, pero Yahvé me respondió: “No digas que eres un niño, porque a donde te envíe habrás de ir y todo lo que yo te ordene les dirás: No tengas miedo de ellos, porque yo estoy contigo para protegerte, oráculo de Yahvé” (Jeremías 1, 6-8).
Entre otras cosas, resulta que la vocación, coloca en una situación difícil al llamado, ya que se tiene como un ser extraño y muchas veces rechazado por los suyos, entre otros. Elías entonces se internó en el desierto, una jornada de camino, y fue a sentarse bajo una retama, deseándose la muerte y diciendo: “¡Ya basta oh Yahvé! Toma mi vida, pues no soy yo, mejor que mis padres” (1 Reyes 19,4).
Yahvé llama al pueblo elegido a través de Moisés; Yahvé le prohíbe a ese pueblo buscar apoyo en otro que no sea Él. Pero Yahvé exige una respuesta de corazón a aquel mismo pueblo (Éxodo 19,8).
Jesucristo hace llamamientos; es a través de la vocación o llamada de la que se vale para elegir a los doce apóstoles (Marcos 3,13). Pero el dirige su llamada a todos: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mateo 16,24). La Iglesia naciente tuvo desde el principio la percepción de que el cristianismo es una vocación.
Por ello Pedro, dirige un llamamiento y con muchas palabras, testificaba y exhortaba diciendo: “Sálvense de esta generación perversa; y los que acogieron su palabra, se bautizaron, y se agregaron aquellos días unas tres mil almas” (Hechos 2,40-41).
Hoy el Señor llama también a los laicos, a fin de que vivan su vocación Bautismal; hace falta laicos que se responsabilicen de las comunidades, como también de las áreas pastorales y en tantos servicios eclesiales; hoy junto a los sacerdotes y religiosos los nuevos grandes misioneros son nuestros laicos, o sea los padres de familia, las madres de familia, los profesionales, los obreros católicos, los empresarios y los campesinos.
El mismo Pablo, para llamar al orden a los Corintios les recuerda: “Consideren su llamamiento, pues no hay entre ustedes muchos sabios, según la carne”. La vida cristiana es vocación, porque es vida según el Espíritu, quien nos lleva a poner en práctica los criterios de Cristo.
En esa vocación Cristiana, hay diversidad de dones y carismas en un solo Espíritu.
La Iglesia, pueblo de Dios, oye el llamamiento de Jesucristo y Ella le responde “Ven Señor Jesús” (Apocalipsis 22,20).
Procuremos vivir cada día, desde la fe, la vocación cristiana y en ella vivamos nuestra vocación sacerdotal, diaconal, religiosa o laical; el Señor nos dice a todos: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14,6).
Evangelio
Juan (6,60-69): En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?» Jesús les dijo: …Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.»…
Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús.
Santo Padre
El trabajo es sagrado y da dignidad a la familia
Vaticamo, 19 Ago. 15 / 09:50 am (ACI)
“El trabajo es sagrado, el trabajo da dignidad a una familia y debemos rezar para que no falte el trabajo a ninguna familia”.
“cuando el trabajo se separa de la alianza de Dios con el hombre y la mujer,… cuando es rehén sólo de la lógica de la ganancia, … La vida civil se corrompe y el hábitat se descompone. Las consecuencias golpean sobre todo a los más pobres y a las familias más pobres”.
“que Dios nos conceda acoger con alegría y esperanza su llamada, en este momento difícil de nuestra historia. La llamada al trabajo para dar dignidad a sí mismo y a la propia familia”.