En su reciente visita a Paraguay el máximo representante de la Iglesia católica hizo un llamamiento a la clase política de ese país en relación a los altos niveles de corrupción; pero al mismo tiempo, convocó a los pueblos del mundo a reaccionar ante las injusticias del Estado y calificó como “pueblos muertos” a los que se conforman con la ineficiencia de los gobiernos y a sus prácticas de perjuicio para la sociedad.
Aquí en Venezuela no podemos hacer de menos ese mensaje, en un momento en que la crisis mantiene a la población neutralizada ante la ferocidad gubernamental y a sus manejos discrecionales. Por ejemplo, todos los ciudadanos deberían reaccionar con la mayor indignación ante la decisión de Nicolás Maduro en ascender al general Manuel Barroso, señalado por ex ministro Jorge Giordani de ser el responsable de la fuga de más de 25.000 millones de dólares que fueron otorgados a empresas de maletín mientras fuera presidente de Cadivi.
¿Qué tipo de gobierno que comete estos abusos tenemos los venezolanos? ¿Cómo exigir respeto a la institucionalidad, si es el gobierno quien promueve la anarquía y la impunidad con este tipo de decisiones? Son muchas las preguntas en relación a este caso y a otros tantos donde las leyes han sido transgredidas en nombre de una revolución empobrecida, sobre todo en lo ético.
La política es aquella actividad que permite organizar a la sociedad y para ello, el poder juega una función central. Pero cuando este poder carece de principios éticos, sus resultados van a ser -sin duda alguna- devastadores. En nuestro caso, el gobierno se vale de la represión y del control sobre necesidades tan elementales como la alimentación, la seguridad y la salud para imponer su fuerza a la población.
Sin embargo, más allá de los poderes públicos está el poder de mayor legitimidad que es el de todos los ciudadanos, quienes a viva voz pueden expresar su opinión para rechazar o aprobar: es el pueblo vivo que transforma las crisis en soluciones y los problemas en gestiones públicas eficientes. Porque cuando el pueblo se agita, los gobernantes y dirigentes políticos empiezan a echar carreras -yo los he visto- y aparecen las buenas ideas. Pero cuando el pueblo calla, se pone a la democracia en peligro de muerte, se minimizan derechos tan fundamentales como el derecho a la vida y los niveles de average-país le truncan peligrosamente el futuro a un pueblo joven que está más vivo que nunca y que tiene derecho a realizar sus sueños en la tierra que los vio nacer, plenos de venezolanidad.