El régimen se desmorona. Su áureo rostro de invencibilidad pierde terreno ante la dura realidad. Han combinado el saqueo profundo de nuestros recursos con una monumental incapacidad para gobernarnos. El resultado es el país quebrado que a duras penas resiste. La revolución bolivariana atraviesa el riguroso desierto de la soledad. Venezuela descubrió que se trataba de una nueva mentira, que ilusionó a millones de incautos que han terminado con gran desilusión. La inocencia abrió los ojos frente al plato sin comida, con los bolsillos rotos de aquel que no tiene para sobrevivir una semana. Salió a la calle a tratar de encontrar un empleo decente, y solo consiguió a la delincuencia desbordada; mientras su hambre persigue algún producto en las kilométricas colas, que son el camino a las cuevas que alimentan los bachacos del gobierno.
El desfallecimiento del régimen es algo que se palpa en cualquier lugar. Se esfumó su inmenso apoyo popular. El ausentismo de sus seguidores lo han sustituido por el amedrentamiento, ya ni siquiera cuidan las formas. No les importa quedar ante el mundo como primates de una antiquísima jungla africana. El interés es mantenerse en el poder a cualquier costo. Sólo disfrutando del botín pueden darse la gran vida de esplendidos boliburgueses. Sus grandes fortunas no tienen su origen en el trabajo. Llegaron para hacerse de la riqueza que nació en la entrañas de la tierra misma. Nuestro petróleo abusado y manoseado por hijos de la oscuridad revolucionaria; los hizo miembros de los más ricos del orbe. Ahora son jerarcas que se pasean por los sitios exclusivos. Sus fiestas son de una fastuosidad increíble. Coleccionan artículos traídos desde cualquier rincón del planeta. Esos lujos buscan borrar sus pasados de penurias cuando utilizaban comedores universitarios. Pésimos estudiantes que poco rendían en las asignaturas académicas. Solo eran excelentes exponentes de la violencia, cobardes con capucha para incendiar vehículos y recintos universitarios. Ese odio profundo es el que muestran ahora al dirigir al país. Es sorprendente escucharlos hablando de paz y concordia ciudadana.
Precisamente aquellos qué: patrocinan a bandas armadas con el carnet de la impunidad en el bolsillo. Los mismos que hicieron de las instituciones venezolanas la peor de nuestras vergüenzas; hablándonos de libertad y democracia cuando han sido ellos sus principales enemigos.
Como todas las historias siempre aparecerá un final. La revolución bolivariana tocó el cielo de las adhesiones populares para descender al infierno de sus penurias. Aquellas calles atestadas de fervor militante se transformaron en ausencia de rito fúnebre. Ya las prebendas no aguantan tanta decepción. En silencio se marcharon millones que creyeron que vivir mejor en socialismo era posible. No entendió el régimen que descuartizando a la democracia, no solo terminaban asesinando a la República; sino que es imposible construir un proyecto permanente sobre el cadáver de una nación con principios de libertad. Venezuela no es una nación de nómadas con piel de cordero viviendo en el desierto.
Acostumbrados a luchar para defender su derecho a vivir. Escondidos en las cavernas con ventanales de vientos con olor a resequedad. Este país tiene arrestos que jamás cedieron ante la pretensión totalitaria. Es esa reserva moral la que pone piedras que atascan el molino de un proceso humillante.
Son los principios democráticos de los venezolanos los que han frenado esta locura. En el último vagón de la existencia de la revolución marcha el ardiente clavo de su ataúd. La muerte del régimen se aproxima de manera inexorable. El 6 de diciembre Venezuela puede comenzar a colocarle la lápida a esta ignominia…