«Yo estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a su casa, y cenaré con él, y él conmigo” Apocalipsis 3:20.
Cuenta la historia menuda, pero cierta, que el Rey Eduardo VII de Inglaterra y su esposa, salieron a dar un paseo por la hermosa campiña que rodeaba su palacio y extasiados por tanta belleza, no se dieron cuenta lo lejos que se encontraban del palacio real y que estaba anocheciendo. De regreso, el trayecto era bastante largo y la reina en una mala pisada se dobló el tobillo. Con evidente dificultad y apoyándose en el hombro del Rey intentaron regresar.
En eso, divisan una tenue luz de una pequeña casa habitada por uno de sus súbditos y se dirigen hacia allá, tocan la puerta y el campesino asustado pregunta ¿Quién es? El rey contesta “soy yo, Eduardo, vuestro rey y necesito vuestra ayuda”. El campesino contesta, ¡no fastidie hombre! El Rey insiste y vuelve a tocar. El labriego con voz fuerte vuelve a preguntar ¿Quién es hombre? Y el Rey le responde de nuevo “¡Soy yo, Eduardo, vuestro Rey, quien necesita su ayuda!” El labriego se dirige con rabia hacia la puerta, la abre y le grita no ¡molest…!, al ver que de verdad era su Rey, Eduardo VII de Inglaterra, el hombre se disculpa y le presta la ayuda. Años más tarde, el campesino decía. “Y pensar que por poquito no lo dejo entrar”
Hoy, en pleno siglo XXI se presenta la misma situación. El Rey de reyes, Señor de señores. El mismo que nació, creció y murió en la cruz del calvario está tocando la puerta de tu corazón y a tu intelecto. Pero no es solo para aquellos que todavía no conocen de este Evangelio, sino también para aquellos que hacemos vida en las iglesias cristianas, porque de seguro necesitamos cambiar muchos rasgos de nuestro carácter. Tal vez somos soberbios, autosuficientes, orgullosos, pedantes y nos creemos santos. De seguro creemos que por ser pastor o líder en la iglesia tenemos derecho de aprovecharnos de los hermanos débiles.
Lamentablemente el mundo vive a oídos sordos al llamado que Dios hace diariamente al corazón del hombre. Lo grave, el cristiano conocedor de la Palabra también se hace oídos sordos. Pero para todos, especialmente para quienes conocen de esta verdad, hay un llamado especial. “Por eso dice el Espíritu Santo: «Si hoy oís su voz, «no endurezcáis vuestro corazón,…” Hebreos 3:7,8. Debemos tener claro, que toda la avalancha de reprensiones, consejos y amonestaciones que el Señor hace a través de su Palabra, es un gran acto de amor de Dios para que rectifiquemos si no estamos haciendo las cosas bien. Por cuanto ninguna mente sucia, inmunda y desobediente entrará en el cielo.
“La Palabra de Dios llega a todos nosotros, los que no hemos resistido a su Espíritu mediante la decisión de no oír ni obedecer. Esta voz se escucha en advertencias, consejos y reprensiones. Es el mensaje de Dios para iluminar a su pueblo. Si esperamos llamamientos más estentóreos o mejores oportunidades, la luz puede ser retirada y quedaremos en tinieblas.” Libro. La maravillosa gracia.
Elena de White
Ojalá y cada uno de quienes estamos leyendo esta reflexión, en el día postrero, cuando el Señor venga a buscar a los salvos, no digamos “…y pensar que pude abrirle la puerta y no lo hice” ¡triste! ¡Hasta el próximo martes Dios mediante.