Cada vez son más frecuentes las noticias de linchamientos y sicariatos. El país donde todos éramos hermanos de la espuma, de las garzas, de las rosas y del sol, es ahora el país de los sicarios y de los linchadores. Una tragedia más que añadir al rosario de tragedias que nos han caído.
Tanto el linchamiento como el sicariato son maneras –ambas ilegales, repudiables y abominables- de tomar la justicia en las propias manos. Y se dan en sociedades donde la justicia no funciona y los pueblos deciden tomarla en sus propias manos. Y un pueblo que decide tomarse la justicia en sus manos es una bomba de tiempo, sencillamente porque se puede ir de las manos del gobierno de turno.
La palabra viene del apellido Lynch, aunque no se sabe si es por James Lynch Fitzstephen, alcalde de Galway, Irlanda, quien en 1493 se hizo famoso por mandar a ahorcar a su propio hijo, a quien acusó de haber asesinado a un visitante español, o por Charles Lynch, juez de paz del estado de Virginia, EEUU en el siglo XVIII, quien en 1780 ordenó la ejecución de una banda de conservadores sin que mediara un juicio. Quizás el linchamiento más famoso de la literatura es el que narra Lope de Vega en “Fuenteovejuna”, donde el pueblo, hastiado de tantos abusos, lincha al Comendador Fernán Gómez de Guzmán. El más famoso hace cien años por el uso que se dio a las fotografías –las enviaron como postales- fue el de Leo Frank, un judío de Marietta, Georgia, EEUU, acusado con pruebas circunstanciales y nada definitivas de haber violado a una empleada de catorce años. Su linchamiento reforzó al Ku Klux Klan.
Tanto el año pasado como éste, año las noticias de sicariatos y linchamientos cada vez han ocupado más centímetros en las páginas rojas de nuestros diarios. A esto hay que añadirle las que no se publican. Esto debería encender las alarmas del Ministerio Público, los cuerpos policiales, el Ministerio de Justicia y el Tribunal Supremo, pero no pareciera que haya acciones concretas para mejor las cosas, todo lo contrario, la impunidad sigue campeando.
Quienes tan irresponsablemente no hacen algo para detener estas acciones, tendrán que responder por los daños, perjuicios y amenazas que significa el permitirlas. Ojalá que no terminen ellos siendo víctimas de su propia desidia, de su negligencia, de su desinterés…