Por el Dogma de la Asunción sabemos que María, “terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial” (de la Bula que declara el Dogma de la Asunción el 1-11-1950). No quedó definido si la Santísima Virgen murió o no. Solamente que su cuerpo no quedó sometido a la corrupción del sepulcro y que ha sido ya glorificado.
Algunos pueden creer que éste en un “dogma inútil”, como se atrevió a difundir durante la turbulencia de los años 60 un teólogo alborotado. Pero… ¿por qué, lejos de ser “inútil”, es importante que los Católicos recordemos y profundicemos en el Dogma de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo? ¿Por qué tenemos una Fiesta que celebra la Asunción de la Virgen? El Catecismo de la Iglesia Católica responde clarísimamente a este interrogante: “La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos” (#966). ¡Nada menos!
La importancia de la Asunción para nosotros, personas de comienzos de este Tercer Milenio de la Era Cristiana, radica -entonces- en la conexión que hay entre la Resurrección de Cristo y la nuestra. El que María, mujer de nuestra raza, ser humano como nosotros, se halle en cuerpo y alma, glorificada en el Cielo es algo crucial, porque es un anuncio o preludio de nuestra propia resurrección.
Veamos con más detalle, entonces, en qué consiste eso que los Católicos tenemos como uno de nuestros dogmas. Y ¿qué es un dogma? Es una cuestión que es verdad y que estamos obligados a creer.
Después de morir, las personas que se salvan o -mejor dicho- las almas de esas personas, pueden pasar por una fase de purificación (purgatorio). Después de terminar su purificación estas almas van pasando al Cielo. Hay algunos pocos cuyas almas llegan directamente al Cielo. Pero, así lleguen al cielo, todo el que muere y pasa a la “otra vida” debe esperar el fin del mundo para ser glorificado también en su cuerpo, que en eso consiste resucitar.
No así la Santísima Virgen María, quien tuvo el privilegio único de ser glorificada tanto en su alma, como en su cuerpo, al finalizar su vida terrena, sin tener que esperar el final. En esto precisamente consiste el dogma de la Asunción.
El Papa Juan Pablo II, en una de sus Catequesis sobre el tema, explicó esto en los siguientes términos: “El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. En efecto, mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio” (JP II, 2-julio-97).
María, un ser humano como nosotros -salvo por el hecho de haber sido preservada del pecado original- está en la gloria del Cielo. ¡Y está ya en cuerpo y alma! Esta “realidad última” de María Santísima es preludio de nuestra propia “realidad última”. El Cielo y la gloria en cuerpo y alma es el fin último de cada uno de nosotros los seres humanos. Para eso hemos sido creados por Dios, y cada uno puede alcanzar esa realidad o rechazarla. Cada uno es libre de optar por esa felicidad total y eterna en el Cielo, en gloria, o de rechazarla, rechazando a Dios.
Por ley natural, entonces, los cuerpos de los seres humanos se descomponen después de la muerte y sólo en el último día volverá a unirse cada cuerpo con su propia alma. Todos resucitaremos: los que hayamos obrado mal y los que hayamos obrado bien. Será la “resurrección de los muertos (o de la carne)”, que rezamos en el Credo. “Unos saldrán para una resurrección de vida y otros resucitarán para la condenación” (Jn. 5, 29).