El Cuerpo de Cristo
“El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (Juan 6, 54-55)
Jesucristo, antes de su muerte, en la última cena instituye la Eucaristía para perpetuar su presencia Sacramental en la Iglesia. En efecto, la Iglesia actualiza el memorial de la Muerte de Cristo. Por ello, la comunión en el cuerpo de Cristo le hace revivir todos los aspectos esenciales del ministerio de la Salvación; tanto por el Bautismo como por la experiencia Eucarística, se toma conciencia de que somos miembros del Cuerpo Místico de Cristo: “Puesto que sólo hay un Pan, nosotros formamos un solo cuerpo” (1 Corintios 10,7). La Iglesia celebra la Eucaristía en base a la potestad y misión que le dio Jesús.
La Institución histórica de la última cena de Jesús, es el fundamento del dogma Eucarístico. Después de la muerte y resurrección, los discípulos continuaron, con “la fracción del Pan”, en común y la captaron como una anticipación del suceso escatológico.
La muerte es para Cristo una realidad consciente, que Él acepta como necesidad Histórica-Salvífica, decidiéndose en libertad por ella. Además de su muerte, Jesús predice su Gloriosa Resurrección. En ella brilla su espléndida victoria sobre el pecado y la maldad. Jesús celebra la última Cena y la constituye testamento, en el cual hace presente todo su ser y obrar Mesiánicos: los concreta en un don salvífico visible, comestible y permanece en herencia como sacramento. Lo central de la Cena del Señor lo recibió la Iglesia por institución de Jesús mismo, es decir, la consagración del pan y vino para convertirlos en el cuerpo y sangre de Jesucristo.
Esa voluntad Salvífica fue de un marco Litúrgico-sacramental. El magisterio de la Iglesia, ha definido a través de varios concilios, que la Eucaristía contiene el Cuerpo y la Sangre de Jesús. En virtud de la transubstanciación, bajo las especies de pan y vino, está Cristo no sólo durante la Sagrada Comunión en la Santa Misa, sino que desde la Consagración y después de la Santa Misa, en el Sagrario, sigue presente silenciosamente, para la adoración del pueblo fiel.
En efecto, el Concilio de Trento, proclama dogmáticamente que la Misa, no es una mera alabanza, ni un mero recuerdo del Sacrificio de la Cruz sino un verdadero y autentico sacrificio propiciatorio por los vivos y los difuntos sin restar nada al de la Cruz. (Dz. 948-952).
La Santa Misa, no es un mero acto social, en donde se asiste como un adorno de una celebración formal: la misa es una oración, debe vivirse, participarse, responder, cantar, comulgar, debidamente preparados; hagamos de la misa un encuentro personal, existencial y gozoso con Cristo y un fortalecer el ser Iglesia, Comunidad y pueblo de Dios. El sacramento es realizado solamente por el Sacerdote ordenado, independientemente de la Santidad personal ( D. 2584).
El Concilio Vaticano II, insiste encarecidamente con toda la Iglesia en la participación activa de los creyentes en la Eucaristía. Es que en la Eucaristía, el Señor glorificado sale al encuentro del hombre ocultándose y descubriéndose a la vez, bajo el signo sacramental. Por lo tanto, la Eucaristía realiza la presencia sacramental y la aplicación de la acción sacrificial, fundamental para la salvación de todos, que es Jesús mismo, en el banquete sacrificial de la Iglesia, instituido por Él mismo. La Eucaristía o Santa Misa, establece el vínculo de la misma, como íntima unidad de los hombres con Dios y de ellos entre sí.
Asistamos y participemos de la Santa Misa, en ella se fortalece nuestra fe en Cristo y se fortifica nuestra fraternidad. Sepamos asistir y vivir la Santa Misa. Ella nos hace sentir la fuerza de Dios; de tal manera que por la comunión, Él habitaría en nosotros y nosotros en Él.
¡Cuánto bien hace la Santa Misa o Eucaristía, al ser humano, y cómo une y anima a toda la familia cristiana! Visitemos al Santísimo Sacramento en el Sagrario de nuestros templos.
Dialoguemos con Él y adorémoslo diciendo: “Bendito y alabado sea Jesucristo, en el “Santísimo Sacramento del altar”
Mons. Antonio José López Castillo
Arzobispo de Barquisimeto
Evangelio
Juan (6,51-58): En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. … El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él….el que come este pan vivirá para siempre.» Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús.
Santo Padre
Quien se deja atraer por el amor de Dios recibe la vida eterna
VATICANO, 09 Ago. 15 / (ACI/EWTN Noticias).-
El Papa Francisco alentó a los fieles a tener el corazón abierto para que la fe entre en nuestras vidas. “Dios Padre siempre nos atrae hacia Jesús: somos nosotros quienes abrimos nuestro corazón o lo cerramos”
…“la fe, que es como una semilla en lo profundo del corazón, florece cuando nos dejamos ‘atraer’ por el Padre hacia Jesús, y ‘vamos a Él’ con ánimo abierto, con corazón abierto, sin prejuicios;…, porque el Espíritu Santo nos ha hecho entrar en la relación de amor y de vida que hay entre Jesús y Dios Padre. Y allí nosotros recibimos el don, el regalo de la fe”.