Dice la gente del común que llevaban varios días levantándose con rabia. Lo que siempre había sido un despertar normal, se fue convirtiendo en perro que muerde desde los adentros. Recuento de incomodidad, de carencia y efectos de la nueva manera de vivir en un país transformado en inmensa cola desde que se levanta hasta que se acuesta. Cola que no sólo real y literal en calles, autopistas, supermercados, abastos, farmacias u hospitales, sino que se refleja en la demora que tiene cada uno para poder mirarse hacia dentro, hacer un alto para reordenar su interioridad, escanear lo que nos falta o nos deforma y abrir los tragaluces necesarios. Ni para eso.
Vivir en San Félix y trabajar en Puerto Ordaz, es garantía de trecho largo de cualquiera de las barriadas numerosas que lo pueblan, esperar en la parada que los lleva o trae al atardecer a todos, pero que desde hacía varios días, se había convertido en prolongación del malestar individual para transformarse en colectivo, visible en aspecto de autobús, buseta, carro, moto, cuyos dueños o choferes deciden diariamente el incremento abusivo de un pasaje que ya alcanza los 100 bolívares.
Incremento que alcanzó a los buses gubernamentales y que ese día al parecer, fue gota que rebasó el río. Los 10 bolívares del pasaje se convirtieron en 50 y la gente estalló. El chofer fue sacado en volandas por los que voltearon el autobús. Onda expansiva que alcanzó supermercados de nacionales y extranjeros asiáticos, alados con los funcionarios que deberían fiscalizarlos, convertidos en cómplices del maltrato a la gente. En uno de los supermercados, para vender detergentes, debían comprarse otros 10 productos. No hay que ser muy listo para ver quiénes están ganando dinero a raudales en este desabastecimiento.
Dicen algunos que en realidad el saqueo expresó el cansancio ante la especulación de supermercados y bachaqueros, cuya alianza incluye, hacerse el loco cuando estos desalojan a la gente de las colas, avisarles cuando llegan los productos, apartarles los encargos e incluso hasta guardárselos. Alcanzó también los locales de los bachaqueros, oficio que requerirá de análisis multidisciplinarios posteriormente, pues cuando usted menos lo piensa, surge una especie de “alma de bachaco” en gente buena y trabajadora, que justifica tal oficio aunque no lo practique, por cuanto la gente debe buscar la manera de sobrevivir, aunque esto incluya saltarse modos y maneras de ser ciudadano, alma de Dios bendita e incluso, formas de competencia propias del mercado capitalista.
Dicen los que viven allí y saben cómo es la movida cotidiana, que se veía venir desde hacía días, ante tanto agobio resumido en pañal, leche, arroz, pasta, azúcar, sal y carne ausente. En fin, que el hambre cuando se transforma en hambruna, no sólo hace perder los modales, caballero, sino que no necesita de organización para explotar.
Por otra parte, ¿se habrán dado cuenta los que aún piensan que hay una confabulación para la escasez, que los que compran y se dan el vuelto pertenecen en su mayoría a empresas del Estado? Que no se trata de conflicto ideológico alguno sino de incapacidad demostrada a lo largo de estos años, para transformar y mejorar el país y su gente.Que el desabastecimiento crónico provocó la especulación y que ésta terminó por arrasar a quienes desde uno y otro bando político, pertenecen a las clases desposeídas.
Nunca hubo tanta distancia entre los que tienen y los que tienen, no sólo entre la nueva clase emergente, sino entre los vecinos bachaqueadores y los que hacen cola. Esto sin aludir a los boliburgueses, cuyos ingresos no están precisamente aliados al trabajo ni mucho menos al madrugar para tomar el autobús que le sacará del barrio para ir a trabajar. Con la misma letra se escriben palabras y sentidos opuestos. Habrá que rescatar la letra “B” para nombrar por ejemplo, brillo, buenaventura, bonanza, bienvenida, bondad, biblioteca y besos. Los que habrá que dar para restañar tanta herida.
