Anarquía nuestra de cada día

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La anarquía se ha convertido en el pan nuestro de cada día. Anarquía como ausencia de poder público y como desconcierto, incoherencias y barullo, como bien apunta el DRAE.

Aquella mañana salí temprano. Salir en Caracas es una odisea. Se había ido la luz -para variar- y causó un caos en una esquina. Todos querían pasar primero, lo que ocasionaba que nadie pasara. Volvió la luz. Cuando me tocaba pasar, un motorizado de esos que ahora vemos a cada rato, con chaqueta grande para disimular el arma y en una gigantesca moto sin placas, se atravesó frente a mi carro y empezó a dirigir el tránsito en sentido contrario, hasta que una camioneta negra, blindada y sin placas, pasó. Me agarró la luz nuevamente. Un grupo de policías en bicicleta se pararon frente a mi carro y cuando cambió la luz ¡se comieron la flecha! Uno se salvó de milagro de ser atropellado por un carro que venía desde atrás comiéndose la fila, pero no lo detuvo.

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Llegué al lugar donde tenía pautada la reunión. No había máquina que dispensara tickets. El hombre que estaba sentado en la silla ni siquiera me miró cuando me paré al lado, esperando que me entregara la papeleta del estacionamiento. Hablaba animadamente con la cajera. “Señor, por favor”. Nada. Seguía conversando. “Señor, por favor, el ticket”. Nada. Toqué la corneta, e indignado me regañó “¿por qué tiene que tocar la corneta? ¡yo sé que usted está ahí!”. El servicio al público es inexistente. Aquí la gente confunde servicio con servilismo. Y así esperan que vengan turistas…

Entré a la oficina. Ninguno de los convocados había llegado. Esperé. El primero llegó hora y diez minutos después. A la hora y media apareció la otra, aterrada porque la acababan de asaltar llevando los niños al campamento de vacaciones, con los niños con los ojos desorbitados del miedo. Cancelamos la reunión. Me monté en el carro, ¡cadena!. Lo que me faltaba. Apagué el radio.

Decidí pasar por la farmacia a comprar un remedio para mi hija. “La” farmacia es un decir. Pasé por cuatro farmacias. En una de ellas me acerqué a preguntar si había el remedio para saber si esperaba o no, una alterada señora me gritó que no me coleara.

Llegué a mi casa sin ganas de volver a salir. Y una vez más respiré profundo para que me afectara lo menos posible esta anarquía nuestra de cada día…

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