El partido es con Guyana y Gran Bretaña

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La lectura desapasionada de la documentación que fundamenta los derechos venezolanos sobre el Esequibo, arrebatados primero en los hechos a manos de fuerzas británicas y luego mediante la forja de mapas y el ocultamiento de otros que concluyen en un laudo corrompido, transado entre rusos e ingleses en 1899, muestra un denominador común: Los retrocesos de nuestra reclamación ocurren cuando las pugnas internas se sobreponen al interés nacional, y alcanzamos terreno firme sólo cuando nuestros representantes hacen regla de oro la prédica de Rómulo Betancourt en 1962: “Sin desplantes publicitarios, a través de la serena y firme gestión diplomática”.

Nicolás Maduro se empeña en volver el camino de nuestros yerros. En lo interno, señala de traidor a quien no le acompañe en su gestión netamente proselitista para desandar entuertos propios.Junto a Hugo Chávez convalida la ocupación “activa” por Guyana de nuestro suelo soberano, y sigue jugando a la división del país. Persigue y encarcela a una oposición de cuyo apoyo requiere para formar,en esta hora aciaga,una mesa de unidad nacional. Y en lo externo, él y sus conmilitones se desgranan en ofensas contra gobernantes extranjeros; ayer, no más, se cargaron al secretario general de la OEA.

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Leídas las memorias del difunto, desde 1999 hasta su muerte, la defensa de nuestras fronteras brilla por su ausencia. No existe Guyana, salvo para denunciar, en 2004, que a él y sus compañeros de armas les adoctrinaban sobre la recuperación del Esequibo por presiones de Washington; y en 2005, para afirmar que Guyana ingresa a Petrocaribe sin condiciones a su soberanía.

De nada vale ahora, por lo visto y su origen espurio, el uso de los recursos petroleros que sostuvieran la adhesión del Caribe angloparlante y sus aliados del mundo en desarrollo a la causa de Venezuela.

O corrige su rumbo Maduro, o terminaremos hundidos. Brasil no es un aliado. Históricamente, sus intereses geopolíticos miran hacia el norte a través de la antigua Guayana Inglesa. Y a Colombia, la embarramos innecesariamente en esta controversia, pisándole sus talones.

Menos mal que allí queda, incluso maltratado, el piso firme del Acuerdo de Ginebra de 1966; obra de un país que gobernaran dos presidente adecos – Rómulo Betancourt y Raúl Leoni – quienes ponen de lado sus controversias partidarias y reúnen a tirios y troyanos a su alrededor, para el fin indicado.

Ojalá que en la definición de las acciones que sean pertinentes, prudentes y oportunas, y determinadas por personas de criterio zahorí, se entiendan a cabalidad las posibilidades que abre el señalado tratado, que al paso también vincula en su realización a la Gran Bretaña, la usurpadora. Y quiera Dios que no caigamos en las redes de la estrategia guyanesa, que intenta volver hacia atrás las páginas recorridas, demandando que Madure pruebe, antes, que es nulo el vergonzoso laudo arbitral de Paris.

El embajador y canciller Ignacio Iribarren Borges, artesano del Acuerdo de Ginebra, bien recuerda y precisa que durante el proceso de sus negociaciones, todas las partes, como consta en los comunicados previos emitidos a propósito del mismo, decidieron poner de lado, de común acuerdo, “los puntos de vista acerca de los informes de los expertos sobre el examen de documentos y discusión de las consecuencias que de ellos se derivan”, a fin de avanzar, justamente, hacia un “arreglo práctico” – y no jurídico – de la contención.

Las palabras de Iribarren no dejan lugar a las dudas:

“No es nada fácil entender que se acuse al Acuerdo de haber llevado el debate al terreno jurídico. El propio texto del Acuerdo y sus antecedentes conducen precisamente a la conclusión opuesta: que para soslayar la estéril controversia, estrictamente jurídica, sobre la validez o invalidez del laudo de 1899, que las enfrentaba en una especie de callejón sin salida, las partes convienen en buscar «soluciones satisfactorias para el arreglo práctico»”.

Sea lo que fuere, volviendo al principio, el arreglo del diferendo demanda, primero que todo, unidad nacional y sacar la cuestión del inmediatismo mediático, sobre todo el electoral, único que le preocupa al binomio Cabello-Maduro. La reclamación ha de estar dirigida a nuestras contra-partes en el Acuerdo y es con ellas con quienes cabe alcanzar el entendimiento final, auxiliados por la ONU.

De nada sirve que el gobierno nos recuerde a los venezolanos nuestra propia historia, que narra con torpeza y deja cabos sueltos para la explotación guyanesa de sus intereses el ocupante de Miraflores. El juego debe ganarlo en las canchas precisas y con un equipo que él, como mal director técnico, ha fracturado en los ánimos y expulsado a los mejores jugadores.

 

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