Recientemente se celebró en nuestra ciudad la asamblea anual de Fedecámaras, una organización fundada en 1944, con más de 70 años de trayectoria en la vida institucional del país. Ha labrado su propia historia, como suele decirse, con base en la responsabilidad y la visión de quienes la han dirigido. “Los hombres pasan, las instituciones quedan”, reza el adagio popular como expresión que motiva el análisis para acercarnos a la reflexión subsiguiente: efectivamente, las organizaciones, en su proceso de construcción y avance hacia su permanencia en el tiempo, que es hablar de sustentabilidad en la jerga posmoderna, son lo que en gran medida sus líderes quieren.
En los últimos cincuenta años de esa trayectoria, su participación en la vida política del país está marcada por dos hitos relevantes: Uno, la reinstauración del sistema democrático, a raíz del derrocamiento de la dictadura de Pérez Jiménez, en 1958, y su presencia activa en la Junta de Gobierno que para esa época se constituyó, mediante la representación de sus directivos en la misma. Dos, el golpe de estado contra el presidente Chávez que en el 2002, instaló la más breve dictadura conocida hasta ahora en nuestro sistema democrático. Contradictorios ambos, pero demostrativos, a su vez, de otra consideración adicional: las instituciones no son neutras, dependen de la voluntad de quienes las dirigen y del juego de intereses que manejan alrededor de las relaciones de poder que se generan en su seno, en correspondencia con la dinámica del entorno en el cual se desenvuelven.
Esa 71 Asamblea Anual se realizó bajo el lema: “Compromiso en Libertad”, bajo la expectativa de la asistencia del Presidente Maduro, la cual no se cumplió, ni siquiera por intermedio de alguno de sus ministros vinculados al área. Obviamente, un escenario para concretar un mensaje de diálogo que buena parte de los venezolanos aspiran, con señalamientos específicos que contribuyesen a aliviar la tensión diaria, en medio de la crisis económica que vivimos, en opinión de muchos analistas. “Lo cortés no quita lo valiente”, traduciría el olfato político. También, para otros, con toda razón, señal inequívoca de la radicalización y refuerzo de la polarización que en términos electorales, antepone el denominado “costo político”, a cualquier decisión otra medida que signifique avanzar, con una coordinación mínima, una articulación necesaria que nos hable del esfuerzo conjunto por buscar salida a la crisis, respetando las diferencias y lo que es más importante: consolidar las instituciones, con una visión distinta al paradigma tradicional del desarrollo.
Entre las ideas centrales que allí se expusieron, destacan: “La libertad es un todo. Todas las libertades son importantes. Cada restricción condena la libertad de Venezuela. La libertad es equivalente a responsabilidad y compromiso. Es imprescindible atender a los más vulnerables”. Ciertamente, pero relativo. Por ejemplo, la burbuja financiera mundial con la especulación que se desató en el ámbito inmobiliario, en el 2007, cuyos efectos aun se mantiene, requirió la intervención del Estado para regular el mercado. Sin hablar del “crack” de 1929.
Muy polémicas, desde todo punto de vista, las declaraciones de Francisco Martínez con relación a la actividad comercial que realizan los denominados “bachaqueros”. Contrastan abiertamente con las posiciones de la Asociación Bancaria y de la misma Fedecámaras con respecto al dólar paralelo. La pretensión de legitimar tal actividad es abiertamente contradictoria con los esfuerzos del gobierno por combatirla y eliminarla, en cuanto a lo procedimental se refiere.
Aparte del éxito organizativo, apreciamos un déficit acerca del nuevo paradigma: el modelo de desarrollo humano integral y sustentable como base para construir una alternativa al modelo rentístico tradicional de la visión empresarial venezolana.