Resulta evidente que América no puede adoptar una actitud de distraída indiferencia ante el auge de los regímenes autoritarios, hoy bajo la modalidad de dictablandas. Y quienes por egoísta inhibición no sienten amenazada su propia libertad cuando sucumbe la libertad ajena, o imaginen protegida su seguridad frente a un estallido o asalto al poder de grupos que agazapados durante un tiempo fueron minorías extremistas.
La caída de las metas económicas, la descomposición social, política y jurídica, o el coartar alguna
libertad en las democracias convencionales, han sido detonantes para resurgir como los reivindicadores o neolibertadores, y violarla Constitución en aras de una utopía.
Hoy dependemos de unos resultados en las próximas elecciones parlamentarias que trasforme el nefasto destino del país, al que nos han llevado los principales tarifados del gobierno nacional. La fe colectiva en la eficacia del CNE se encuentra casi totalmente perdida, con excepción del madurísimo-cabellismo, cuyo franco deterioro hace presumir muchos escenarios tenebrosos.
En el preámbulo de nuestra Constitución repudiamos la guerra, la violencia, la represión, la pérdida de libertades, y el abuso como instrumento de política. Reconocemos el Derecho Internacional como regla adecuada para garantizar los derechos del hombre. El principio de autodeterminación de un pueblo no puede ser burlado jamás por los que ostentan el poder, y mucho menos que adquieran el comportamiento de lobos.
Se dice que el buen pastor es una imitación de Cristo en el amor auténtico, en la entrega desinteresada a los demás, en la atenta vigilancia para que los ladrones no se aprovechen del rebaño, en procurar la enseñanza de que el trabajo dignifica y quien no lo hace por dejadez no merece el pasto (pan). ¿Será posible que quienes quieran representarnos como diputados a la Asamblea Nacional puedan entender que ellos tendrán que ser nuestros futuros servidores, sin aprovecharse de tanto privilegio?
Es imprescindible liberarse de esta telaraña que se ha ido tejiendo en estos últimos 16 años por el fatal castro-comunismo-militarismo, donde estamos todos, sin distingos de credos, raza, o posición política, con enredos y nudos para conquistar una calidad de vida mejor. Verdaderamente entrampados en el slogan: ¡pero tenemos patria! Ya esta bueno de ser un asalariado tanto del oficialismo, o de
la oposición acomodaticia e indiferente que no ejerce su derecho al voto. Si creemos en la fuerza del voto, para alcanzar el poder de cambio en un sistema democrático, hay que convertirse en un buen
ciudadano, convencer al vecino y al que piensa distinto, que es un camino difícil, pero necesariamente transitable para rescatar la paz.
Dios nos ayudará, somos un pueblo de fe, con la esperanza de volveremos a abrazar fraternalmente.