Aunque cielo y tierra me caigan encima, diré lo que pienso: no estoy de acuerdo con el fallo de la Corte Suprema de los Estados Unidos a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo. No soy abogado, pero me resulta obvio que es írrito y discriminatorio. Para mí los homosexuales son ciudadanos corrientes, con los mismos derechos de todo del mundo, no veo por qué tienen que estar pidiendo excepciones, con éstas, me parece que se auto-discriminan. Demuestran un complejo de inferioridad que era lógico en épocas pasadas, pero ya no, ¡si están en moda!
A lo largo de mi trabajo en actividades culturales, me entendí y trabajé perfectamente, hombro a hombro, con personas valiosísimas de esta índole. Jamás las juzgué por sus preferencias sexuales sino por su capacidad de trabajo, los que eran artistas por su arte y a todas por su calidad humana. Mejores unas que otras, por supuesto, como somos los humanos y uno confía, lógicamente, más en unos que en otros. Entre los homosexuales he tenido amigos, muchos, enemigos… no lo sé.
El matrimonio es entre hombre y mujer desde Adán y Eva hasta el fin del mundo. Para los creyentes lo instituyó Dios, para los ateos es una ley de la naturaleza que se origina en la necesidad de la prolongación de la especie. Es su primer fin, pero no el único. Según la Biblia, Dios creó a Eva para que Adán no estuviera solo, no le buscó compañero sino compañera. La división en sexos y su unión, tiene así una necesidad y un significado muy profundos, trascendentes: procreación, compañía, complementación, cooperación, trabajo, familia, educación, inserción en la sociedad, crear eslabones firmes en la cadena de la especie.
No se debe alterar o torcer una ley para complacer a una minoría. Otra cosa es crear una para protegerla si está en desventaja o relegada. Forzar a la institución del matrimonio a desvirtuar su esencia para acoger parejas
del mismo sexo, no es un acto de humanidad sino todo lo contrario: es poner el pie en la pendiente de la desintegración de la humanidad. Vamos hacia el síndrome Calígula. Si fuera hoy no hubiera hecho cónsul a su caballo, habría pedido a una corte que lo autorizara a casarse con él. Esto irán haciendo los gringos tan propicios a decisiones exóticas. Ya no será cuestión de dejar en herencia grandes fortunas a sus mascotas, se casarán con ellas.
¿A dónde vamos? Las parejas heterosexuales no quieren vínculos legales, las de homosexuales sí. Las parejas fértiles evitan los hijos, las infértiles los buscan a toda costa, forzando la moral y la naturaleza. Las parejas homosexuales quieren adoptar niños, cosa que les cuesta mucho a las heterosexuales por los requisitos y el papeleo. Me temo que a los primeros les será más fácil porque están de moda y hay que complacerlos. En cualquiera de los casos la víctima es el niño, tratado como mercancía para satisfacer a adultos y no como lo que es: el protagonista de la historia, un ser humano indefenso en busca de una familia.
Si alguien se irrita conmigo por este artículo, está en su derecho, pero yo también tengo el mío de decir lo que pienso.