La tragedia económica que hoy vive una de las civilizaciones más antiguas del mundo y en este caso cuna de las ciencias, el arte y la filosofía, demuestra claramente que ningún país del mundo, por anciano o joven que sea, se encuentra exento de atravesar crisis económicas producto de la ineficiencia gubernamental con la que se han dirigido las finanzas públicas de cualquier país. Y esta es la primera lección que debemos aprender: no se puede gastar más dinero del que se produce en una economía, a menos que su flujo de caja a futuro le permita comprobadamente incurrir en préstamos internos oexternos, sin comprometer el futuro de las nuevas generaciones.
Lamentablemente, ése no fue el caso de Grecia: el déficit del sector público y los niveles de endeudamiento superaron con creces los límites acordados por los países miembros de la eurozona, de la cual el país heleno es miembro desde 1999. Y aquí tenemos la segunda lección: un país tan pequeño (su economía sólo representa un 2% de la zona euro) con una larga historia de defaults a sus préstamos internacionales y un elevado déficit fiscal cuasi permanente, decide abandonar su soberanía económica al incorporarse de pleno derecho a una unión económica muy disciplinada en términos financieros y cuyas estrictas condiciones, a pesar de haber sido aceptadas por el Gobierno griego, eran prácticamente imposibles de cumplir: no podían devaluar su moneda, no podían imponer controles de cambio ni a las transferencias de capital, sus déficit fiscales no podían ser financiados por sus bancos centrales y además, no podían recibir el perdón de su deuda, entre otras restricciones.
En otras palabras, al incorporarse a la llamada zona del euro, Grecia y cualquier país miembro renuncian a la posibilidad de utilizar sus propias políticas económicas (cambiaria, monetaria y fiscal) para manipular sus economías domésticas, toda vez que a las autoridades de ese país les estaba expresamente prohibido, por ejemplo, devaluar la moneda para generar mayores ingresos vía turismo, que es su principal actividad económica, o para enfrentar desequilibrios en su balanza de pagos, ni podían manipular sus instrumentos de política monetaria para incrementar o disminuir los niveles de su oferta monetaria.
La moraleja de este condicionamiento aplicado a nuestra economía es la siguiente: en el hipotético caso que el Gobierno venezolano decidiese dolarizar su economía, tal como lo han venido planteando algunos analistas económicos, que no es mi caso, no podrían manipular ni la política cambiaria, ni la monetaria, ni la fiscal, para enfrentar, por ejemplo, una abrupta caída en el precio del petróleo, como ha venido ocurriendo. Sólo podría acudir al empréstito externo así como lo hizo Grecia, con las nefastas consecuencias ya conocidas.
No obstante, los griegos siguieron incurriendo en déficits fiscales crecientes que fueron financiados fundamentalmente por institutos financieros internacionales o bancos extranjeros. La siguiente gráfica ilustra tal situación: Estos elevados niveles de endeudamiento por el orden del 177% de su Producto Interno Bruto y que sumaban aproximadamente unos 330.000 millones de euros que ese país no estaba en condiciones de pagar, condujeron a las recién nombradas autoridades griegas a una disyuntiva de cesación de pago, como lamentablemente ocurrió, y de solicitar un nuevo rescate financiero a sus mismos acreedores, por unos 86.000 millones de euros, fraccionados, pero bajo nuevas condiciones de austeridad y saneamiento fiscal que el pueblo griego es un referéndum solicitado por sus gobernantes decidió soberanamente no aceptar.
Irónicamente, el nuevo primer ministro de tendencia socialista y que promovió el referéndum, tuvo posteriormente que convencer al parlamento griego de aceptar el plan de rescate que el pueblo había rechazado. En suma, es la población griega quien va a sufrir las devastadoras consecuencias del manejo ineficiente y poco transparente de las finanzas públicas de un país que no supo conducir sus políticas económicas.
