No me refiero a las elecciones parlamentarias de diciembre próximo. Son importantes, como toda elección, fraudulenta o democrática, pero no van más allá de ser un paso enorme hacia la definitiva liquidación del régimen impuesto en Venezuela. Tampoco le pongo fecha o plazo fijo al final que se acerca. Simplemente recojo la voluntad general de una nación harta, fatigada e indignada con la evolución de la situación actual. Esta nación no acepta más de lo mismo. Tampoco puede ser engañada a punta de publicidad continuista o de agresiva propaganda destinada a detener la irreversible voluntad de cambio existente.
El esquema castro-chavista sintetizado con el recurso retórico de “socialismo del siglo XXI”, es un fracaso más en el mundo del comunismo internacional, en cualquiera de sus experiencias mundiales. El desastre no tiene explicación posible, más allá de ratificar la inoperatividad del sistema totalitario, sumado a la incompetencia y corrupción de los máximos protagonistas del proceso. Gente corrompida que se convirtió en corruptora de propios y extraños, empezando por sus propios partidarios.
La nación piensa hoy en el futuro de su gente. Sabe que todo está en peligro. La seguridad de las personas y de los bienes, de las empresas y la libertad para vivir y producir, del estado de derecho como instrumento para la convivencia civilizada. Todos sabemos que no hay forma de garantizar un mañana mejor a nuestros hijos y nietos mientras este régimen se mantenga. Ya es demasiado tarde para esperar cambios trascendentes o rectificaciones gubernamentales. Las señales que envían van en dirección contraria, es decir, hacia la radicalización y profundización de las líneas maestras de las políticas aplicadas hasta ahora. Nadie podrá ser engañado con los últimos arrebatos patrioteros y militaristas con lo que pretenden disimular tres quinquenios de desidia, negligencia y hasta de complicidad imperdonable, con relación al problema con Guyana y la reclamación territorial de Venezuela.
El cambio debe ser en el menor tiempo posible, asumiendo la responsabilidad de ir a una confrontación final que será, sin duda, peligrosa y de resonancia planetaria, pero definitiva. No se trata de un viaje de retorno al pasado, sino de marchar con coraje hacia adelante con la fuerza de la que seamos capaces y utilizando todas las vías existentes. Rendirnos o pelear. No hay más alternativas.