Las personas que no cuentan con vehículos propios viven infinitas calamidades cuando utilizan el transporte público. Antes de abordar las unidades, soportan largas esperas en las paradas, mientras al subir los retos son mayores: deben ir de pie y apretujados.
Eyilde Timaure describe la experiencia de trasladarse en autobús como pésima y desagradable, porque no hay ningún tipo de comodidades, tampoco respeto hacia el usuario que paga por el servicio. Además de resistir pisadas, empujones y “regaños” de los colectores para que avancen hacia el interior, encuentran asientos deteriorados en los que apenas pueden apoyarse, porque los resortes se lo impiden.
Marco Sibulo destacó que los conductores incumplen las rutas y permiten que vendedores ingresen a cada momento, de esta manera los “charleros” perturban el viaje. Las quejas de los ciudadanos son recurrentes y afirman que el costo del pasaje no se corresponde con el servicio. Aunque los propietarios y conductores conocen el descontento de la población, afirman que mantener operativa una buseta es costoso al igual que el mantenimiento. Wilmer Barreto dijo a EL IMPULSO que los repuestos están muy caros, por lo cual resulta imposible comprar cauchos que ya rondan los 45 millones, por eso “muchos tiran la toalla y venden los carros”, sostiene tras confirmar que una gran cantidad de unidades se encuentran paralizadas. Jean Carlos Suárez, avance de la Ruta 12, asegura que el trabajo está lleno de riesgos. Los choferes recorren calles en mal estado e ingresan a zonas rojas donde deben pagar vacuna para que los delincuentes les brinden cierta protección.
El miedo de que les quiten la vida existe desde que inician la jornada, a pesar de que la policía pregona un falso resguardo.